Artículo publicado en Entêtement «Le narcissisme, un Moi liquidateur» el 5 de octubre de 2022.
El narcisismo, un Yo liquidador¹
«Si los viejos imbéciles hubieran descubierto del Yo algo más que su significado falso, ahora no tendríamos que andar barriendo tantos millones de esqueletos que, desde tiempo infinito, han venido acumulando los productos de sus inteligencias tuertas, ¡proclamándose los autores!»
Arthur Rimbaud, Carta del vidente
El desastre continúa incansable causando estragos en las formas de vida humanas y no humanas, destruyendo al mismo tiempo la materialidad de la existencia de multitud de estas formas de vida. El desastre no es simplemente el producto de un sistema económico y político de explotación, sino el resultado de una forma de habitar el mundo. La cuestión revolucionaria exige también ser planteada en términos antropológicos ya que el desastre emana de una forma de vida: la vida metropolitana occidental, que vampiriza la casi totalidad del planeta y espera vampirizar otras. Hay pues que mirar en sus entrañas para ver la textura de aquello que lo anima. Lo más sórdido que encontramos es el narcisismo, ese Yo liquidador impulsado por el deseo insaciable de acaparamiento y destrucción.
Las diferentes versiones del mito de Narciso han operado e impregnado el pensamiento occidental, el narcisismo ha tomado forma en el sujeto. Primero Descartes, seguido de Kant, de Sade y de Schopenhauer. El sujeto separado del mundo deviene esa forma de lo extraterrestre en la cual el sujeto es el centro de todo y todo es de él. La autonomía del sujeto es esa fase en la que el Yo separado se repliega y deviene una voluntad de poder atrofiada. Esta atrofia, nacida del rechazo del exterior, de la alteridad, en definitiva, del mundo, se convierte ella misma en el corazón del sujeto que lo conducirá al desastre en curso. Con la llegada del psicoanálisis y de Freud, el narcisismo es patologizado. Freud definió inicialmente el término como la caracterización de una persona que está «enamorada de sí misma y de su cuerpo». En segundo lugar, en 1910, en su texto sobre Leonardo da Vinci, el narcisismo aparece como una «perversión» de tipo libidinal. Más tarde, Freud se refiere al narcisismo como el contenedor del «ego en tanto que objeto libidinal». Introducción al narcisismo (Freud, 1914) distingue dos formas de narcisismo: el primario es el del niño que se entiende a sí mismo como objeto de amor antes de elegir un objeto exterior; el secundario corresponde a la fase del narcisismo en la que la inversión retirada del objeto vuelve al yo. Esta fase no es sólo un momento regresivo, sino el fundamento de una estructura permanente donde el narcisismo se ramifica en la libido y busca una estabilidad imposible del Yo. El vínculo del perverso narcisista con la lógica capitalista se vuelve patente entre la exaltación de la competencia, la frialdad, el egoísmo en todas las esferas de la vida y la falta de empatía.
El aparataje tecnológico nos moldea a todos cotidianamente, pero moldea al niño de manera visceral. Transforma la manera en que el niño entiende el mundo, moldeando su sensibilidad por medio de la experiencia permanente de una crisis de la presencia. De este modo, el aparataje tecnológico se convierte en el único medio de interacción con el mundo, dejando que el niño se convierta en un yo frágil. La ausencia está en el centro de su mundo estructurado por un ecosistema virtual que tiene entre sus manos. Así es como este entorno acentúa la exaltación del narcisismo. El adulto tampoco escapa a esto. Sólo hay que ver cómo las redes sociales y demás páginas de citas moldean nuestra forma de relación consigo mismo y con los demás. « La pérdida en el sí mismo, ese estancamiento donde uno, perdiendo su sentido, se ha perdido para los sentidos, es ahora la pérdida de la facultad de verse (reconocerse) como corporeidad en movimiento » (Giorgio Cesarano, Manual de supervivencia). Lo que está en juego en estos dispositivos libidinosos es, evidentemente, el culto al Yo, con el fin de crear la auto-insatisfacción que suministra carburante al motor del narcisismo. Este es el caso, por ejemplo, de los heteros que buscan una «relación amorosa» en estas aplicaciones de citas, obligados a pagar con la esperanza de follar; la frustración aumenta tras cada fracaso y su Yo valoriza su impotencia. De igual modo, esas mujeres que miran a cada instante de hastío los cuerpos de actrices, modelos y otras instagramers, todas estas representaciones trabajan su ser y el Yo se alimenta de la impotencia experimentada por la infelicidad de la representación. Sentirse tan ajeno a sí mismo que no queda más horizonte que convertirse en un simulacro. Porque el «Yo, quiero y puedo», es la fuerza intrínseca del capitalismo, por su capacidad de conectar continuamente la economía libidinal con los seres. Todo ser devenido individualidad está enganchado a la frustración porque su Yo es más importante que su yo.
La dominación del capital concuerda con una manera de vivir plenamente realizada en la forma de vida americana. El American way of life y el manhattanismo son los otros nombres de esta forma de vida elaborada como exaltación de todas las lógicas occidentales, empujadas cada vez más lejos. El narcisismo es glorificado como el único modo de realizar la vida bajo la estrella que nos guía: el capital. Las características esenciales de esta forma de vida pueden reducirse a lo siguiente: promoción del Yo como negocio por medio de representaciones seductoras, acaparamiento de toda alteridad, posterior liquidación de su alteridad, promoción de su Yo auténtico sobre los despojos de los yoes de la alteridad. Si la seducción es una táctica de corrupción del otro, es necesario afirmar, sin embargo, que la seducción representa el dominio del poder simbólico de lo real, es decir, seducir es la captura del otro bajo la influencia de lo simbólico de las normas de composición de lo real. Frente a la seducción tan apreciada por el depredador está la complicidad, como diría un amigo. La complicidad como juego de consonancia entre las almas.
Los grupos, los colectivos y otras comunidades terribles son alternativas para que el Yo liquidador reine sobre otra gran cantidad de personas. El Yo narcisista del líder adquiere el aspecto del «Nosotros» que se afirma como posición política. El líder tiene la tarea de gestionar los vínculos afectivos que constituyen su corte. Así, el Yo narcisista busca incansablemente organizarse para mantener su orden sobre su comunidad terrible. Todas las formas del yo estarán así excluidas, percibidas por el orden como la potencialidad de su propio fin. Al mismo tiempo, la paranoia del líder circula entre todos y cada uno de los miembros de la comunidad y excluye toda dimensión ética. Y cuando la inevitable inconsistencia es visible para todos, hay que recurrir a otros métodos. Buscar otra forma de establecer la organización de la comunidad y esto pasa por el modo institucional. Permite al líder hacerse invisible, instituir su narcisismo en una estructura donde los yoes son inmediatamente expulsados.
Es necesario definir este yo y ¿a qué se refiere pues yo? A algo muy singular, que es exclusivamente existencial: yo se refiere a la forma de vida que experimenta, y designa su localidad. Este término sólo puede utilizarse para arriesgar su singularidad siempre cualsea para hacer la experiencia del mundo. « Tengo derecho a decir « yo» porque siempre he procurado que este « yo» sea tanto el tuyo como el mío» (Dionys Mascolo, Carnets, Lignes 1998/1, n°33). La verdadera forma del yo implica al otro. Donde puede desplegarse un plano de consonancia que exprese tanto el pleno reconocimiento de la singularidad del uno al otro como el compartir una experiencia traducible. En consecuencia se vive una amistad haciendo posible el surgimiento de un espíritu. El espíritu es el compartir un pensamiento plenamente realizado en uno y otro. Toda amistad hace accesible al pensamiento una experiencia de la verdad no alterada.
Louis René
- Nota de los traductores: En francés se distinguen dos formas de la primera persona del singular: “moi” y “je” que en castellano se traducirían por «yo». El “je” expresa una subjetividad “tenue” que sería un apoyo gramatical, un mero soporte para el verbo mientras que el “moi” expresaría más bien una personalidad completa que representa a la persona concreta en su interacción con el mundo. Como se puede ver, esta distinción entre personas no se limita a una distinción lingüística sino que afecta a la misma estructura de la personalidad y es también, por tanto, una distinción psicoanalítica. En este sentido, el “moi” se puede asociar al clásico “ego” en el sentido psicoanalítico. Así pues, donde en el artículo se lee “Yo”, en mayúsculas, traducimos el “Moi” que bien podríamos haber traducido en muchos casos por “Ego”, dejando el “yo”, en minúsculas para lo que en el original es simplemente “je”.