[ Publicamos este escrito anónimo, del 16 de julio del 2020, que nos hace llegar una cómplice ]
Si para acabar con el virus nos encierran y amordazan,
si para acabar con el virus dictan decretos que prohiben y mutilan todo lo que hacemos normalmente,
si para acabar con el virus nos impiden juntarnos,
si para acabar con el virus sacan al ejército y la policía a las calles, en coches, helicópteros y motocicletas, para que no nos movamos,
si para acabar con el virus nos cierran o reducen al mínimo los servicios públicos, médicos y no médicos,
y nos encierran en las celdas de las residencias,
y nos encierran en los hospitales,
y nos encierran entre los muros de nuestras casas,
donde nos atacan constantemente con mensajes de terror desde las pantallas y los altavoces,
si para acabar con el virus nos hacinan y nos enferman y nos matan en las residencias, en los hospitales y en nuestras casas,
y nos prohiben acompañarnos cuando enfermamos, velarnos cuando agonizamos, enterrarnos cuando morimos,
si para acabar con el virus tenemos que arruinarnos
y convertirnos en pordioseros que se arrastran suplicando por vía telemática que les echen algunas migajas para poder sobrevivir sin lanzarse a la revuelta,
si para acabar con el virus nos mandan después de meses de encierro salir de casa para hacer lo que la ley ordene y como lo ordene,
pero amordazados,
y vuelven a encerrarnos
o amenazan con volver a encerrarnos,
y siguen prohibiéndonos acercarnos y tocarnos,
porque para acabar con el virus hemos de separarnos de los otros, que son nosotros, que son, que somos, un peligro de enfermedad y muerte,
si sólo estamos a salvo del virus cuando estamos separados,
y para que podamos separarnos y desaparecer del mundo y el trato entre nosotros y con las cosas nos empujan a vivir y tratarnos en un mundo de reproducciones virtuales, puras y limpias, de las cosas y de nosotros mismos,
mientras que fuera del mundo reproducido debemos desaparecer por ley ocultándonos detrás de una máscara obligatoria,
si para acabar con el virus es fundamental que no preguntemos, que no pensemos, que no hablemos,
y pasemos a ser meras unidades computables de vida y de muerte abstractas,
entonces, la cosa está clara:
nosotros somos el virus.
Nosotros somos el virus que ataca el aparato informático en el que el poder consiste. Nosotros somos el veneno de lo que nunca se podrá saber ni contar ni prever ni controlar del todo.
Nosotros somos el virus de la posibilidad siempre viva de pensar, de hablar, de actuar, de amar, de sobarse y resobarse, y esa posibilidad, nos lo están diciendo por todos los medios, es una amenaza de enfermedad y de destrucción para el organismo del régimen de administración de muerte que pretende dominarnos
pero no puede dominarnos
porque al virus no se lo puede matar.
Porque nos replicamos y nos replicamos,
pasando de boca a boca y de oído a oído, de mano a mano y de cara a cara y de piel a piel,
y nos colamos en todas las células de las múltiples mentiras de la gran mentira,
y con nuestras ganzúas hacemos saltar todas las cerraduras de las células de la mentira,
para sembrar en ellas nuestra semilla de enfermedad y de muerte;
porque mutamos y volvemos a mutar:
ni tenemos ideología ni tenemos principios,
ni somos nadie ni creemos en nada,
y por eso no pueden aislarnos en sus laboratorios ni acertarnos con sus cañones de matar moscas y pueblo,
porque en cuanto nos miran y se creen que nos han visto,
¡zas!:
ya no estamos ahí.
Porque no somos nadie más que vuestro enemigo, el virus negro de la razón que se desliza en las entrañas de la mentira y las hace temblar.
Y por eso no pueden acabar con el virus:
porque contra nosotros no hay tratamiento,
contra nosotros no hay vacuna:
porque nosotros somos la vida
y somos la muerte,
y contra la vida y la muerte
no hay vacuna ni hay cura ni hay tratamiento.
Madrid, 16 de julio del 2020