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Prefacio a la edición inglesa del Manifiesto Conspiracionista

[Publicado en Entêtement el 15 de junio de 2023]

El siguiente libro fue publicado por primera vez en enero de 2021 por Éditions du Seuil, una «prestigiosa» editorial de izquierdas de París. Su estricto anonimato implicaba un proceso de publicación un tanto particular, que exigía que nadie de la editorial estuviera al tanto del proyecto, salvo su jefe. Puesto que vivimos en una democracia, era lógico que la policía francesa se considerase justificada a vigilar torpemente tal o cual reunión discretamente concedida a dicho jefe, a interceptar e incluso destruir, a modo de amenaza, la correspondencia vinculada a este proyecto. Y era igual de lógico que la misma policía encontrase urgente, incluso antes de la publicación del libro, publicar de la pluma de uno de sus asistentes periodísticos un artículo que pretendía ventilar el anonimato de los autores y calumniar tanto como fuera posible el contenido del libro para encauzar su acogida. A falta de poder impedir su publicación, podemos decir que se intentó todo para disuadir a la editorial de distribuir el libro, a los libreros de venderlo y − sin éxito − a los lectores de leerlo. Después de todo, vivimos en una democracia, y sería perjudicial para los ciudadanos toparse inadvertidamente con ideas peligrosas, incluso con verdades impactantes. Es importante que la policía garantice la seguridad mental de sus administrados. El ejército francés ya teoriza que el desafío de los conflictos mundiales es de ahora en adelante el mantenimiento de la «safe sphere» de las poblaciones − que nada amenace con llegar a perturbar − y, quién sabe, reventar la burbuja epistemológica en que cada ciudadano se encuentra confinado gracias al dispositivo tecnológico que ahora gobierna su acceso al mundo. Esto es lo que había asumido Jen Easterly, la directora de la Agencia de Seguridad de Infraestructura y Ciberseguridad a cargo, en el Departamento de Seguridad Nacional (DHS), de la lucha contra la «Misinformation, Disinformation and Malinformation», cuando en una conferencia en noviembre de 2021 declaró: «Podemos decir que estamos en el business de las infraestructuras críticas, y la infraestructura más crítica es nuestra infraestructura cognitiva». Es una suerte que nuestros cerebros estén en tan buenas manos. Todos se habrán dado cuenta de que la «regulación» directa de las redes sociales por parte del FBI y el DHS iniciada con el pretexto de la lucha contra el Covid-19 es, de hecho, una imagen del futuro –futuro que difícilmente se puede realizar sin la atmósfera de tercera guerra mundial que tan metódicamente estamos tratando de construir. Aquellos que creyeron que el episodio de la pandemia fue un paréntesis y no un acto constituyente han perdido el tiempo. Es negando el trauma del 2020 que el ciudadano refrenda el nuevo pacto social que lo une a su verdugo. Así, los más «politizados» se han convertido de repente en los más engañados, los más «cultos» en los más estúpidos y los más «críticos» en los más mudos.

Un mes después de la publicación de este Manifiesto se produjo el espectacular salto cualitativo en la guerra de la que Ucrania es el sonajero ensangrentado. Es quedarse corto decir que la «nueva guerra fría», que algunos fingieron descubrir entonces, está presente en todas partes del Manifiesto. A decir verdad, quien sepa informarse no podía ignorar que, desde hacía años, la desvinculación estratégica de Estados Unidos respecto de China estaba en marcha, que el rearme general avanzaba a buen ritmo, al igual que los rumores de un retorno de la «guerra convencional», que la finalización del gaseoducto Nord Stream 2 era para Washington un casus belli en sí mismo o que la OTAN estaba fomentando la transición a la «guerra cognitiva». Toque de queda, movilización general, estado de sitio, control reforzado del espacio público y de las poblaciones: el tono militar de la «guerra contra el virus» tampoco presagiaba nada bueno. Además, era fácil adivinar que los grandes crímenes perpetrados bajo el pretexto de la gestión de la pandemia solo podían ser borrados por crímenes aún mayores. La huida hacia adelante es la única forma de escapar a las consecuencias de mentiras y abusos tan enormes, y sólo la guerra, con las medidas excepcionales que autoriza, permite reducir el cisma de realidades que desde entonces se está expandiendo y posponer, así, la inexorable venganza. Es así, finalmente, que los imperios en estado de avanzado colapso interno se mantienen de pie, apoyados los unos en los otros. Pero no es necesario añadir nada a lo que este libro hace suficientemente inteligible –la permanencia de la Guerra Fría, la naturaleza dual de todas las tecnologías contemporáneas, el continuum entre la biopolítica de la pandemia y la tanatopolítica del conflicto armado, el gobierno por troleo, la ecología como pretexto para acelerar la devastación, la naturaleza infraestructural del poder presente y de las guerras actuales, etc. Un año y medio después de la publicación del Manifiesto, debemos reconocer que en él solo ha envejecido una cosa: habíamos tendido, sobre todo al comienzo del libro, toda una serie de trampas cazabobos –afirmaciones perentorias sobre el virus y su origen, las «vacunas» y sus efectos secundarios, las manipulaciones psicopolíticas y la censura, con el fin de ofender lo que entonces pasaba por evidencia mediática, pero que nosotros sabíamos de buena fuente que estaban firmemente fundadas. Actualmente, lo que entonces pasaba por provocaciones gratuitas o fantasías conspiratorias ahora está demostrado «fácticamente», «científicamente», «estadísticamente» y, en suma, históricamente. Los encontramos incluso en los informes de las agencias federales o en boca de Jeffrey Sachs. A los idiotas no les queda más que la confusión, la insinuación, la calumnia y la fanfarronería para aparentar flotar entre los escombros de sus posiciones hundidas– todas ellas técnicas retóricas que en el fondo no han cambiado mucho, cuando se trata de atacar las verdades «conspiracionistas», desde el famoso memorándum de la CIA que las recomendaba en 1967 frente el naufragio de las conclusiones de la comisión Warren. Su ahogamiento no despierta en nosotros ninguna piedad. Esta es toda la felicidad que les deseamos.

El lector estadounidense encontrará en este libro una serie de genealogías que conducen directamente a los Estados Unidos y, de manera más general, una síntesis de fuentes ampliamente anglosajonas. Pertenece al provincianismo orgulloso de la vieja Europa negar que ha vivido desde hace un siglo bajo hegemonía ajena y, por ello, no comprender nada de su propia historia reciente. La cuestión, sin embargo, no le pasó desapercibida al poeta que, ya en 1909, escribía en L’écho des sports: «Hay que ser americano o al menos parecerlo, que es exactamente lo mismo. (…) Ciertamente, todo el mundo es americano, pero lo somos más o menos. (…) Tenga aspecto de estar siempre ocupado» (Arthur Cravan, «Ser o no ser americano»). Si está lejos de ser seguro que el nuevo siglo vaya a ser americano, no hay duda de que el que ha pasado lo ha sido de punta a punta. Uno de los conspiracionistas más ejemplares de la historia, Philippe Buonarroti, describió a Estados Unidos en la década de 1830 como un «régimen feudal revestido de formas democráticas». En este punto, la historia estadounidense ha mostrado desde entonces una consistencia admirable, lo que de ninguna manera resta valor al carácter perfectamente conspiracionista de la propia «Revolución» estadounidense que, en palabras de George Washington, veía en Londres «un plan regular y sistemático» destinado a esclavizar las colonias del Nuevo Mundo. Es cierto que en la tierra de los confidence men es difícil tener fe en alguien o en cualquier cosa. La historia es más que nunca esta pesadilla de la que tratamos de despertar. No le quedan muchas reservas de ingenuidad a quien ve en Facebook la realización bajo firma privada del proyecto LifeLog de vigilancia total de DARPA, a quien descubre los entresijos de la trama que condujo al sabotaje de Nord Stream 1 y 2 ni a aquel que constata con qué cinismo el Departamento de Estado y la CIA adoptan la retórica woke para perseguir, bajo nuevos ropajes, sus eternamente idénticos objetivos. El santo patrón del anticonspiracionismo, Karl Popper, escribió en la década de 1960: «La creencia en los dioses homéricos cuyas conspiraciones fueron responsables de las vicisitudes de la Guerra de Troya ha desaparecido. Pero el lugar de los dioses en el Olimpo de Homero lo ocupan ahora los Sabios de Sión, los monopolistas, los capitalistas o los imperialistas». Esta técnica retórica le permitió hacer inaudible cualquier crítica articulada a la dominación del capital haciéndola sospechosa de antisemitismo. Afortunadamente, ahora conocemos, gracias al archivo histórico, las fechorías de los monopolistas, capitalistas e imperialistas de los años 60, y cómo lograron determinar, en muchos asuntos, el rumbo del mundo –y cómo nos llevaron a este punto de perfecto desastre. Hay un grado de acumulación de riqueza y poder tal que los equipos directivos, pese a todo su empirismo, pueden desplegar planes y no ya simples estrategias. Desde luego, nada más alejado de nosotros que la idea de preservar las viejas categorías de inteligibilidad histórica. Ojalá la publicación de este libro en Estados Unidos pueda ayudar al refinamiento de éstas y de nuestra comprensión de la pesadilla en la que estamos inmersos. Ojalá podamos escapar de ella, barrer a los guardianes del sueño y comenzar, por fin, la vita nuova que permanece, en todo momento, al alcance de la mano.

El 1º de mayo de 2023