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Breaking the waves. La alquimia de la ingobernabilidad

[BREAKING THE WAVES – Rompiendo las olas: la alquimia de la ingobernabilidad, es la traducción de un artículo aparecido a finales de junio de 2023 en Ill Will y firmado Nicolò Molinari]

BREAKING THE WAVES

Composición

En un texto reciente, Temps critiques1 reflexiona sobre cómo la composición intergeneracional que faltaba en el movimiento de los Chalecos Amarillos sí que está presente en el nuevo movimiento gestado contra la reforma de las pensiones en Francia. El texto describe lo que denomina una aleación [alliage]2 de circunstancia que se produce por la fusión temporal de diferentes fragmentos sociales: una categoría que recuerda a lo que Endnotes ha denominado «composición» al respecto de los movimientos recientes.3 Jóvenes de todo tipo han dado un nuevo impulso a la lucha, provocando un fuerte aumento del cortège de tête y de prácticas de revuelta (enfrentamientos con la policía y destrucción de escaparates o mobiliario urbano) haciendo perder a los sindicatos el control de las plazas. Al mismo tiempo, los jóvenes han redefinido el papel de las ocupaciones escolares y universitarias, transformándolas en bases organizativas de las acciones desplegadas callejeando a través de  las ciudades, dotándolas de este modo de un significado diferente al que tenían en movimientos pasados en los que la ocupación se entendía como una forma de reapropiación de las instituciones educativas. Los estudiantes han reelaborado una práctica clásica de su repertorio en una nueva forma capaz de componerse con el movimiento contra la reforma de las pensiones. Es en este sentido en el que debemos hablar de una aleación/composición que está teniendo lugar y se opone tanto a los «poderes» concentrados del Estado de Macron como al poder descentralizado de la economía.

La forma conflictual de la movilización de marzo en Francia, que tendió a favorecer las acciones directas y los bloqueos, está ligada tanto a esta configuración compositiva de las diversas subjetividades implicadas en su seno, como a las maniobras de Macron. El ritmo del movimiento se desarrolló en respuesta al golpe de mano de Macron que, al sortear todas las oposiciones institucionales habituales, como los sindicatos y los partidos, dejaba abierta como única posibilidad de oposición aquella directa, privada de mediaciones. Es en este punto que la juventud y todos aquellos componentes más «radicales» del movimiento han encontrado el espacio para sacudir la movilización, asignando una centralidad mayor a un repertorio de prácticas como son los cortes de carreteras, piquetes, black bloc, manifestaciones salvajes, etc.

Un texto aparecido en LundiMatin4 el 11 de abril identificaba tres momentos de la movilización: el primero (cuando la reforma de las pensiones aún se encontraba sujeta a debate) se centró en la construcción de una movilización unitaria por parte de los sindicatos, el segundo momento; en la combinación de huelgas, bloqueos y piquetes realizados en sectores económicos clave y, finalmente, en un tercer momento producido tras la aprobación forzada de la reforma de las pensiones, asistimos a la proliferación autónoma y difusa de disturbios nocturnos y al bloqueo de los flujos de circulación. Según los autores, sólo durante esta tercera fase surge la posibilidad de que la movilización saliera del patrón reactivo que había adoptado con respecto a los movimientos del gobierno, saltando por encima de los escollos de la democracia republicana y de las formas mediadas de organización como los sindicatos o los partidos, y empezara a experimentar con configuraciones inéditas.

Frente a la histórica ineficacia de las huelgas sindicales (incluso cuando éstas eran huelgas «generales») la práctica del bloqueo ha adquirido una mayor centralidad y eficacia en el interior de la gramática del movimiento. Estos bloqueos –que abarcaban desde arterias viales hasta lugares estratégicamente seleccionados como cocheras de autobuses, refinerías y centros de clasificación de residuos–tendieron a descentralizar el conflicto y salir de la dinámica de confrontación directa y militar con la policía, especialmente cuando estos bloqueos surgían de forma imprevista en varios puntos de la ciudad, paralizándola. Esta forma ha iniciado un ritmo diferente para un movimiento que en principio había estado totalmente controlado por la asamblea intersindical.

Por otra parte, los sindicatos no eran completamente marginales porque mantuvieron el control sobre los tiempos de la protesta en la medida en que la autonomía de los bloques y de las manifestaciones salvajes fue ampliamente aplastada dentro de las jornadas convocadas por los sindicatos. Tanto es así que después del 1° de mayo, los sindicatos interrumpieron el movimiento sin convocar más jornadas de huelga.

Espacio y lugar

Como nos muestran estos textos publicados en LundiMatin, la organización de los bloques y las acciones ha sido particularmente más avanzada allí donde la movilización ha desarrollado formas de coordinación que operan fuera del marco sindicalista al mismo tiempo que siguen en relación directa con las bases sindicales más determinadas. Los bloqueos que se acabaron conociendo como «Operación Ciudad Muerta» [Ville morte], una serie de bloqueos paralizadores ocurridos en Rennes, Nantes y Lyon, mostraron la emergencia de una trayectoria autónoma dentro de la movilización capaz de componer una subjetividad revolucionaria que desborde las mediaciones de los sindicatos y la cristalización del antagonismo frente al Estado. O mejor dicho, el reto de esta hipotética nueva subjetividad reside precisamente en la necesidad de reinventar continuamente la capacidad de movilización, coordinación e intervención de los bloques, evitando que sus tácticas y estrategias se rigidicen y calcifiquen, lo que comportaría una pérdida de ventaja táctica del movimiento al hacerlas más predecibles para la policía.

Para hacer frente a este desafío es necesario que las luchas desarrollen una base territorial –ya sea a nivel de barrio, de ciudad o incluso regional– que les permita tanto interrumpir los flujos circulatorios como impedir que la policía recupere el control sobre su infraestructura y los flujos que la atraviesan. Para que el nivel de coordinación alcance un cierto grado de eficacia, siempre será esencial una dimensión territorial. En el movimiento contra la reforma de las pensiones, por ejemplo, aunque la formación de espacios conflictivos se ha limitado a ocupaciones estudiantiles y a bloqueos, incluso más allá de su función puramente operativa, hemos visto como estos pueden convertirse también en lugares de encuentro capaces de reunir a un amplio abanico de subjetividades diferentes, contribuyendo a la construcción de un «nosotros» ético y práctico. Hasta ahora, el ejemplo más avanzado de esta combinación simultánea de formas conflictivas capaces de perturbar la infraestructura vial y del impulso de creación de lugares que creen un «afuera», han sido las ocupaciones de rotondas durante los tres primeros meses de la revuelta de los Chalecos Amarillos.

La creación de lugares forma parte de la gramática básica de todos los movimientos recientes, desde el movimiento de las plazas hasta el levantamiento que se produjo tras la muerte de George Floyd en 2020 en los EEUU. A raíz del movimiento Occupy estadounidense, algunos compañeros invocaron la categoría de «comuna insurreccional» en un intento de teorizar cómo estos lugares abiertos por la lucha experimentaban con formas de reproducción social fuera de los circuitos del capital.5 De forma similar, en 2020 se ha hablado de «zonas autónomas» que desde Seattle hasta Atlanta, trataban de dar vida a territorios liberados de la presencia policial.6 No exentas de numerosas dificultades, estas experiencias muestran claramente que el control y la función policial no son exclusivos de la policía, pues a menudo vemos cómo el papel contrainsurgente es asumido por componentes del movimiento.

Ya se observe a estos movimientos recientes desde una perspectiva marxista (por ejemplo, desde la teoría de la comunización) o ética y epistemológica, la creación de lugares en secesión y en oposición al control gubernamental o capitalista del territorio constituye el elemento a través del cual las diferentes subjetividades construyen el terreno común de su existencia y la posibilidad de su duración.

El declive de las políticas programáticas, así como de las construidas en torno a representaciones sociales que buscan la integración en los espacios de la esfera política clásica, deja un vacío que se va llenando poco a poco con la construcción de nuevas territorialidades no soberanas. El fin de la política reivindicativa basada en demandas abre paso a una nueva geografía política en la que se pone en juego la creación de nuevas formas-de-vida, lugares que son éticos antes que físicos, un tejido de relaciones móviles e inobjetivables.

Lo esencial no es que los lugares físicos se hayan convertido en la principal apuesta de los movimientos contemporáneos, sino simplemente que su infraestructura material y estratégica dependa de ellos. Si utilizamos el término «zona autónoma» para referirnos a un área que ya no depende de la región que la rodea, debemos saber que tal cosa no existe realmente. Tampoco se trata de implantar un modelo administrativo formal, como si la «autogestión» o la práctica del don tuvieran que caracterizar automáticamente la orientación anticapitalista. Aún menos se trata de una cuestión de soberanía e independencia, de sustituir la soberanía del Estado por alguna otra soberanía similar, sobre todo teniendo en cuenta las otras formas igualmente terribles que a menudo pueden generarse en este tipo de tentativas.7

En realidad, la «autonomía» como cuestión estratégica y revolucionaria no tiene que ver principalmente con la autoadministración o la autosoberanía, sino que es una tensión o un problema que surge dentro del espacio dinámico de un conflicto en curso: una lucha sigue siendo «autónoma» mientras mantenga su capacidad de regenerar continuamente formas ofensivas y antagónicas.8 Desde este punto de vista, los espacios en los que podemos desarrollar formas alternativas de organización y reproducción social son obviamente útiles, pero su surgimiento no debe entenderse como el punto final o la culminación de la lucha.

Luchas territoriales

Las revueltas de George Floyd en 2020, o de los Chalecos Amarillos en 2018-19 fueron momentos de movilización masiva, insurrecciones que marcan momentos de ruptura. No fueron el resultado de un «transcrecencia9» de las luchas sociales, ni representaron el cumplimiento de algún programa. Sin embargo, a un nivel subjetivo, produjeron el tipo de ruptura biográfica que a menudo puede hacer que el retorno a una vida cotidiana desprovista de tales momentos intensos de lucha sea aún más insoportable. Para aquellos que movidos por una tensión ética revolucionaria, puede ser difícil aceptar que uno debe esperar al próximo levantamiento imprevisto, para lanzarse dentro de él. En respuesta, suelen surgir cuestiones organizativas: ¿cómo podemos aprender de estas insurrecciones y, al mismo tiempo, atravesar momentos de reflujo?10

Hugh Farrell identifica en las luchas territoriales una forma que puede adoptar el conflicto durante fases de gran reflujo y reacción general, que tienen ciertas características en común con los levantamientos de masas contemporáneos.11 Si miramos telescópicamente a la pasada década, vemos cómo, en distintas partes del mundo occidental, las luchas territoriales consiguieron aglutinar subjetividades dispares en torno a una instancia de defensa de un territorio, junto con un renovado ímpetu por habitarlo y constituirlo de nuevo. Es el caso de la lucha del NO-TAV en el Valle de Susa, de la ZAD en Notre-Dame-des-Landes, de la lucha NoDAPL en Dakota del Norte, así como de conflictos más recientes, como los que se libran contra las megabalsas como la de Sainte-Soline, o el movimiento Stop Cop City en en la periferia sur de la ciudad de Atlanta.

Puesto que es el territorio el que constituye los vectores en torno a los cuales se articula la lucha, los procesos de composición que inician también reflejan este hecho. Por ello, el «elemento territorial» en cuestión es tanto físico –implicando lugares concretos que se desea defender o megaproyectos que se desea bloquear– como afectivo, ya que implica un proceso continuo de redefinición y transformación generado por quienes lo habitan.12 Por ejemplo, el movimiento Soulèvements de la Terre («Levantamientos/Sublevaciones de la Tierra») ha intentado tejer una composición entre diferentes subjetividades que es similar en algunos aspectos –pues es igualmente intergeneracional– al movimiento contra la reforma de las pensiones descrito anteriormente. En este caso, la estrategia de SdlT busca intencionadamente una composición entre agricultores, habitantes de zonas rurales, «ZADistas» y la «generación clima» para sostener las luchas territoriales dispersas por toda Francia, cuyo episodio de mayor intensidad ha sido, por ahora, el de la lucha contra las megabalsas, en Sainte-Soline.

Se trata de algo muy similar a las luchas que se reúnen en Atlanta en torno al lema «Stop Cop City / Defend the Atlanta Forest». Dado que el lugar impugnado no está situado en una zona rural, sino que es un bosque dentro de Atlanta (a su vez una ciudad dentro de un bosque), en este caso la composición se articula principalmente entre las diferentes subculturas juveniles locales, extremadamamente fuertes en la ciudad (las Semanas de Acción suelen estar puntuadas por festivales de música), a las que se unen elementos radicales de todo el país, oscilando entre el anarquismo y el ambientalismo radical, así como grupos políticos locales como organizadores comunitarios, asociaciones por la abolición de la policía (que intentan dar continuidad política a los disturbios de las décadas de 2010 y 2020) y algunas comunidades religiosas.

La gramática de lucha de Atlanta y Sainte-Soline no se parece a la de la mayoría de los movimientos climáticos de izquierda, que tienden a privilegiar principalmente las marchas pacíficas y las acciones simbólicas destinadas a cultivar la «conciencia» sobre la crisis climática y tienen un horizonte estratégico que prioriza la reivindicación ante las distintas instituciones, al tiempo que renuncia a la posibilidad de originar formas-de-vida alternativas, lo cual equivale a una peligrosa invocación al horror soberano de un «leviatán climático» del mismo tipo que el promovido por el pseudo-leninista verde Andreas Malm.

Debemos subrayar que, mientras que en estos «no-movimientos» como los Chalecos Amarillos o las luchas por la reforma de las pensiones de 2023, los procesos de composición emergen de forma independiente de las intenciones explícitas de cualquier parte de los segmentos que la forman: la «composición» ha sido una estrategia explícita e intencionalmente adoptada por Soulèvements de la Terre y Defend the Atlanta Forest (al menos por un segmento de sus componentes) y era fomentada por algunos grupos preexistentes que trataban de promover este proceso compositivo ora ético, ora desarrollado bajo la apariencia de una alianza o convergencia entre grupos sociales y políticos que mantienen sus diferencias incluso durante la lucha.

Una estrategia de este tipo pretende, mediante la cooperación entre diversos grupos, articular objetivos compartidos o «componer» acciones que escalen e intensifiquen el antagonismo. Aunque este proceso pueda adoptar en ocasiones la apariencia de una «aleación» o fusión de diversos grupos, en última instancia busca preservar sus diferencias a lo largo del proceso de lucha en sí, sin sucumbir a la esclerótica tendencia a priorizar la afirmación de elementos y actos reflejos identitarios por encima de la victoria de la propia lucha.

A diferencia de los levantamientos de masas, las luchas territoriales no son simples urgencias éticas de rechazo, sino que pueden ubicarse en un umbral entre lo ético y lo político. En este sentido, plantean cuestiones organizativas y estratégicas pertinentes para cualquiera que se pregunte cómo una lucha puede convertirse en revolucionaria13 ¿Cómo podemos evitar las trampas de un vanguardismo leninista sin sucumbir al peligro opuesto del espectador bordiguista que interpreta meramente los movimientos desde los márgenes? ¿Cómo podemos llegar a una lógica en la que los participantes no solo se reconozcan a sí mismos como partes integrantes de un proceso espontáneo en el que se desarrolla una estrategia emergente, sino que además se sientan autorizados a introducir gestos que modifiquen las plataformas y sus procesos básicos, sin intentar controlar estos gestos o sus trayectorias, y permitiendo que sean reproducidos por otros?

Una realidad organizativa, dentro de una lucha o un levantamiento, puede intervenir para alimentar su alcance conflictivo, ampliar sus horizontes tácticos, nutrir sus capacidades creativas.

Como un texto reciente14 sobre el cortège de tête nos recuerda, algunas subjetividades, aunque sean numéricamente pequeñas, logran ocasionalmente introducir tácticas que tienen el poder de modificar e incluso desestabilizar todo el plan estratégico de una lucha. A veces, la desestabilización es justo lo que se necesita para evitar que un movimiento se cristalice o se estanque ante el impasse, y contribuye a reforzar su porte conflictivo ampliando sus horizontes tácticos y alimentando sus capacidades creativas.

En cierto modo, ésta es la apuesta del ensayo de Adrian Wohlleben, «Memes without End»15: los pequeños grupos pueden intervenir en movimientos sociales específicos y desplazarlos fuera de sus condiciones internamente fijadas, ampliando así su horizonte de transformación radical, mediante la introducción de gestos que se extienden y multiplican más allá de las subjetividades que los inician. Es decisivo impedir la sedimentación de las tácticas, subvertir cualquier control exclusivo sobre las prácticas y trabajar contra la centralización de la estrategia para empujar las luchas o los grupos militantes más allá de sus impasses reformistas o martirológicos.

Impasse

El impasse al que se enfrentan este tipo de luchas recientes, en particular las realizadas contra las megabalsas en Sainte-Soline y el movimiento No-Tav ya sea en el Valle de Susa o en el de la Maurienne, parece ser muy similar al que se enfrentó la movilización por la reforma de las pensiones: la cristalización de un antagonismo cuya lucha se atasca en una dialéctica sustancial con el Estado. La estabilización de tal dialéctica corre el riesgo de caer en dos tipos de situaciones de impasse: en primer lugar, la de una recuperación, despotenciación o derrota del conflicto, incluyendo la posibilidad de obtener algunas concesiones o una victoria parcial, como en el caso del ZAD;16 en segundo lugar, un conflicto simétrico que puede traducirse, en lo inmediato, en un enfrentamiento directo altamente militarizado.

Volviendo la mirada hacia nosotros mismos, hacia nuestra subjetividad, nos enfrentamos al riesgo de solidificar nuestra participación en el movimiento en una forma de militancia alienada que produzca una separación entre nosotros y lo que Bordiga llamaría «el partido histórico»17, o lo que también podemos llamar el movimiento real. Esta separación (bolchevique), que ve siempre una vanguardia a la cabeza de un movimiento y lo organiza, y que sirvió como una relevante fórmula táctica y estratégica a lo largo del siglo XX, encuentra su reproposición en todos aquellos análisis estratégicos de los movimientos que hoy apuntan a construir contrapoderes o contrasujetos, sin darse cuenta de que el poder al que busca oponerse no tiene una consistencia específica, y que en aspectos importantes es «anárquico».18

Además, estos análisis pasan por alto el hecho totalmente decisivo de que las revueltas de nuestro tiempo muestran una ausencia total de cualquier Sujeto político de masas capaz de centralizar el conflicto (siempre y cuando haya existido alguna vez), que ha sido sustituido por una fragmentación de las subjetividades de masas, y que da lugar a conflictos que están implicados en una serie de tensiones éticas que no pueden encontrar un terreno común ideológico, discursivo o programático.

En resumen, el «nosotros» revolucionario que de Hong Kong a los Chalecos Amarillos pasando por Chile, se compone y descompone en un «nosotros» experiencial y ético no posee un lenguaje común. Precisamente por eso, no puede estar sujeto a modos tradicionales de recuperación propios de la política clásica. Cualquiera que se interrogue sobre cómo pueden ser revolucionarios los conflictos de nuestra época debe confrontarse con estas realidades, abandonando la nostalgia de épocas pasadas (a menudo mistificadas) en las que un sujeto de masas constituía el motor de las luchas. Vivimos en una época en la que la Clase no encuentra una unidad sociológica o política, sino más bien ética y subjetiva, forjada en, y a través del momento de las sublevaciones. La Clase está atravesada por una serie de vectores que la fragmentan socialmente, de los que las «políticas de la identidad» constituye sólo una forma sintomática.

Por esta razón, más que recrear artificialmente nuevas unidades sociales o políticas, cualquier lucha revolucionaria debe asumir esta fragmentación social y la naturaleza anárquica del poder. A diferencia de la fantasía de un «poder constituyente» o «contrapoder», la opción destituyente es la única capaz de proponer una estrategia revolucionaria en medio de una realidad en la que las ilusiones de la representación política formal colapsan y se mantienen como meros simulacros. En tales condiciones, un antagonismo que se contenta con reflejar el simulacro de sus enemigos sólo puede desvelarse como un antagonismo vacío.19

El capital, en su atuonomización y en su devenir dominio real, ya no se articula según un conjunto de principios abstractos o hegemónicos. No posee ningún otro principio regulador aparte del de su propia supervivencia y reproducción, que tendrá lugar mediante la represión violenta si es necesario. Por esta razón no tiene ningún problema en revelar su terrible brutalidad, aplastando todo aquello que perciba como una amenaza. La relación dialéctica entre capital y trabajo, apreciada por tantos marxistas, es continuamente rota por el propio capital. Ya sea por nostalgia de algún horizonte democrático perdido o, de otro modo, por pensar en reconstituirla por medio de la lucha es una apuesta perdedora, como han demostrado los impasses en los que se metieron el movimiento altermundialista y toda la propuesta post-operarista de Negri y Hardt. ¿Cómo no ver el espectro de una guerra civil librada y ganada con facilidad en la represión policial de Seattle 1999 o Génova 2001? Mientras los «Tute Bianche» combatían en un nivel puramente simbólico los simulacros, el otro bando aplastaba el movimiento mediante violencia y miedo.

Igualmente, se podría leer de esta manera la violencia asesina mostrada por la policía contra los manifestantes en Sainte-Soline el 25 de marzo. Cada vez que una fuerza antagonista eleva públicamente el listón del conflicto y lo dirige a un nivel altamente simbólico, se hace clara y legible para la represión, que no tiene especial dificultad en organizarse y movilizar todos los medios necesarios para aplastar sus fuerzas. La cuestión de la violencia debe entonces desprenderse de una doble ingenuidad especular: por una parte, de un victimismo no violento que cree poder alterar las relaciones de fuerza únicamente interviniendo en el plano discursivo o cultural mediante la denuncia de la violencia estatal; y por otra, de una reapropiación de la violencia que intente montar una campaña simétrica de fuerza contra el Estado, que corra el riesgo de canalizar las potencialidades generativas e inventivas del conflicto hacia una confrontación entre dos frentes consolidados, donde uno es totalmente dominante desde el punto de vista militar.

Destitución

A diferencia de los modelos simétricos y dialécticos de confrontación, que se oponen a formas de gobierno sólo para proponer otros alternativos, la destitución es una forma de conspiración que pretende desactivar e inutilizar los dispositivos de gobierno de la vida, tanto en sentido territorial como gubernamental o subjetivo, que generan las conductas de la sujetividad neoliberal. Por lo tanto, una subjetividad revolucionaria (destituyente) en la época actual debe negar el poder, al tiempo que se niega a sí misma la propia identidad u otras formas de subjetivación.

La destitución representa una forma invisible de derrocar la anarquía del poder en la dirección de una anarquía real, entendida en el sentido de una vida que no necesita legitimación, arraigada en el libre juego e intercambio entre formas-de-vida. Un modo de hacerlo, según el Comité Invisible, puede ser exponer la anarquía del poder a través de acciones que muestren sus ausencias de fundamento: lo cual no significa denunciar la violencia con el fin de suscitar un escándalo democrático, sino que más bien trata de golpear al fundamento de forma que muestre su verdadera naturaleza, desprovista de toda legitimidad abstracta (ya sea un contrato social, la democracia, la igualdad, la nación, el orden, etc…). Del mismo modo, un gesto destituyente no requiere legitimidad, ya que ancla su expresión en una verdad y una realidad sensible y evidente que no necesitan de una significación discursiva. Estos gestos obligan a la policía a mostrarse como lo que es: una banda criminal como cualquier otra, en lucha por el control de un territorio.

Si un gesto destituyente obliga al poder a «bajarse a la tierra» y mostrarse en su materialidad, solo para luego ser continuado por un proceso constituyente (de una estrategia y de un sujeto), es más que probable que lleve el conflicto a un choque frontal con las fuerzas del orden, en una guerra trágica que se desarrollará a través de una confrontación simétrica en la que las fuerzas contrarrevolucionarias (la policía) dirigirán todo su abrumador poderío militar a ganar la batalla.20 Esto es lo que le ocurre a todo movimiento que, al llegar a un punto de impasse en su antagonismo con el Estado, o bien entra en decadencia, o bien encuentra un núcleo motivado para elevar continuamente el listón del enfrentamiento hasta volverlo trágicamente militar, cerrando así cualquier espiral revolucionaria y fosilizando la guerra civil en dos frentes consolidados, con un adversario que, además de poseer una ventaja militar, a menudo tiene también el privilegio de elegir en qué terreno se libra la batalla.

Podemos observar estas verdades en el actual ciclo de luchas en Francia: por un lado, encontramos la capacidad innovadora de la irrupción para iniciar una nueva subjetividad compositiva, una capacidad que en la medida en la que consigue tanto escapar a una lógica dialéctica con el Estado como reinventarse continuamente en términos prácticos y rítmicos (es decir, en la elección temporal de las acciones), debe por tanto considerarse a sí misma como destituyente. Del mismo modo, si los Soulèvements de la Terre han demostrado una gran capacidad para poner en jaque y desacreditar a la policía, se debe en gran parte a la fuerza innovadora que las nuevas composiciones fueron capaces de producir. Sin embargo, esta capacidad de producir nuevas formas imprevistas parece haberse reducido en gran medida con ocasión del 25 de marzo, cuando la composición estaba más consolidada y la estrategia adoptada fue similar a la de la cita anterior. El resultado fue una serie de decisiones que se habían convertido en previsibles por parte de la policía, que optó por esperar la llegada de la manifestación e iniciar una dinámica de «asedio» que le permitiera atacar brutalmente a la muchedumbre. Los análisis posteriores sobre los errores tácticos en este caso son ciertamente válidos;21 pero para poder salir del impasse del 25 de marzo será necesario una reformulación de la hipótesis estratégica global que condujo a la automatización y la rigidización de la capacidad organizativa, impidiendo al movimiento improvisar y desplazar al otro bando, como durante octubre.

Una hipótesis podría ser apuntar a una ampliación del proceso compositivo: en este sentido, los esfuerzos por extender la lucha contra las balsas a un plano internacional han llevado, por un lado, a elevar el listón de la expectativa de confrontación (oportunidad que la policía no dejó de aprovechar) y, por otro, a dificultar la reformulación de la organización táctica de la manifestación. Si echamos la vista atrás, los encuentros internacionales y las campañas para hacer crecer cuantitativamente una lucha rara vez han conseguido generar un salto cualitativo; en todo caso, han anunciado frecuentemente el naufragio y la decadencia de muchas realidades de luchas. Por el contrario, nuestra hipótesis es que el fortalecimiento y la profundización de una lucha surgen más bien de la intensificación de sus relaciones de composición, o quizás de su descomposición y recomposición alternadas, que pueden producir formas de improvisación inéditas, imprevistas.

Hasta marzo de 2023, el movimiento de Atlanta fue capaz de mantener la iniciativa a través de una serie de movimientos que casi siempre pillaron desprevenida a la policía. Esto se debe sin duda a que la dinámica interna del movimiento es extremadamente opaca, especialmente para la policía, que sigue buscando a tientas en la oscuridad a un liderazgo radical al que hacer responsable de las acciones más destructivas, pero también porque cada «semana de acción» ha sido diferente y altamente improvisada. Durante la cuarta «semana de acción» en marzo de 2023, esta ventaja llevó al movimiento a elevar el listón hasta un punto que hace difícil imaginar formas de acción directa más incisivas;22 al mismo tiempo, la policía reaccionó realizando una redada policial aleatoria de personas a los que se les imputó la pesada acusación de «terrorismo».

Cuando, casi un mes después, la ciudad de Atlanta decidió acelerar el proyecto, iniciando la tala de una parte del bosque y militarizando sus alrededores, el movimiento evitó caer en la trampa de reaccionar ante la maniobra de la administración pública (lo que habría supuesto asediar las obras); al mismo tiempo, los intentos de atacar en otro lugar descentralizando el conflicto no parecen haber encontrado aún formas eficaces, a pesar de las buenas intuiciones (se han producido numerosas acciones «sancionadoras» de las realidades implicadas en el proyecto Cop City en todo Estados Unidos). En este momento, la única estrategia disponible es presionar para hacer estallar las contradicciones internas del gobierno de la ciudad, liderado por el partido Demócrata, mediante una presión cada vez mayor sobre el alcalde, aprovechando el amplio consenso del que goza el movimiento; algo que, sin embargo, puede desplazar el eje de la lucha más allá de las capacidades de la propia lucha. Como reconocen algunas personas que llevan mucho tiempo activas en la movilización, lo que podría dar nueva savia a la lucha es la implicación en el proceso de composición de nuevas subjetividades, como ha ocurrido tímidamente en el caso de los estudiantes que han ocupado algunos edificios universitarios en Atlanta, o mediante la experimentación de formas prácticas que sean capaces de provocar un salto cualitativo del apoyo por parte de los «ciudadanos» hostiles al proyecto.

Cuando un movimiento ya no puede defenderse (o atacar), al haber agotado sus recursos tácticos, existe el riesgo de recaer en dinámicas políticas hostiles. La estrategia empieza a decaer en formas representativas de la política, las opciones tácticas caen cada vez más en formas performativas destinadas a intervenir a nivel público y mediático. Lo que está ocurriendo en Atlanta, o en Francia (especialmente lo que ha sucedido recientemente en el valle de la Maurienne), corre el riesgo de seguir trayectorias similares a las observadas anteriormente en el movimiento italiano No-TAV. Este último, enfrentado a su declive, empezó a buscar refugio en la política representativa, ya fuera intentando utilizar la «democracia» o simplemente recurriendo al activismo espectacular en busca de cobertura mediática. En estos momentos, la «estrategia de composición» ya no se abre a una trayectoria destituyente; en su lugar, los grupos vuelven a caer en dinámicas cada vez más identitarias, y los más políticos empiezan a centrarse en construir consenso y reforzar su posición ante la opinión pública, «capitalizando» la lucha. La fuerte tensión ético-política que está en la base de la lucha se sustituye de forma gradual por una dinámica público-política. Cuando la política se hace pública, el movimiento no sólo se expone a la represión, sino que también corre el riesgo de perder su capacidad de improvisar y seguir siendo imprevisible.

Una estrategia de composición sólo puede «desvelar» las posibilidades revolucionarias de una lucha si continúa abierta mientras sigue una trayectoria destituyente: esto significa, por un lado, mantener una trayectoria de fuga de cualquier dinámica dialéctica con el poder y, por otro, someter las formas generadas por el proceso de composión a una recombinación y ruptura continuas. Por último, a partir de las lecciones de los Chalecos Amarillos, mediante encuentros imprevistos en lugar de alianzas clásicas (como las típicas fuerzas de la «izquierda»)

Una recombinación puede tener lugar, como en el caso de las movilización por la reforma de las pensiones, a través de la irrupción de un nuevo protagonismo difícil de descifrar por el poder; o bien, en el caso de que se vuelva difícil el crecimiento para dar cabida a nuevos componentes en una lucha, intentando descubrir nuevas configuraciones de encuentro y contacto entre las subjetividades que lo componen, al tiempo que se buscan formas de desubjetivarse para evitar que se cristalice un proceso de subjetivización.

Una composición destituyente parte de gestos radicales que no requieren ser capturados en formas reivindicativas, en la medida en que expresan una comunicabilidad inherente a sí mismos, impidiendo que la acción sea capturada en la virtualidad performativa del activismo político. Una composición de gestos es esencialmente muda y autónoma, no busca mediaciones ni otras formas de diálogo con las formas estatales, recayendo en el lenguaje políticista y sus categorías de nominación (teniendo que justificarse como ecologista, social o de una izquierda más o menos «radical»).

Cuando no se puedan encontrar nuevas formas o ritmicidad, en los casos en que se hayan agotado las capacidades de experimentación, entonces debemos aprender a reconocer cuándo ya ha comenzado su declive, momento en el que cualquier intento voluntarista de revivirlo sólo dará lugar a una forma de militantismo sacrificial, reflejo del poder que pretende combatir. Desde un punto de vista estratégico más amplio, esa voluntad de sacrificio también puede resultar en una pérdida de las lecciones que la lucha tenía que enseñar y transmitir, las capacidades logísticas, organizativas y prácticas que podrían constituir un recurso clave para una nueva fase del conflicto más adelante.

En una palabra, las posibilidades revolucionarias de cualquier lucha dependen de su capacidad para crear y mantener la potencia destituyente, a través de un proceso de negación y autonegación que se regenera mediante la experimentación y la improvisación continuas. La revolución es un arte alquímico: se trata de fundir oro, acero y sangre, generando nuevas aleaciones, combinando nuevas estrategias, en una heterogénesis sin fin.

Junio de 2023

1 La protestation en cours sur les retraites. Du refus à la révolte ? El artículo puede consultarse en https://tempscritiques.free.fr/spip.php?article530#_ftnref6

2 La traducción literal es «aleación», amalgama de metales. La elección del término también está ligadda a la consonancia con otro término similar: «alianza». Por tanto, se podría pensar que esta «aleación» es algo más que una alianza, en la que a la vez que los distintos elementos se unen, están perdiendo sus diferencias singulares. 

3Véase ENDNOTES, Onward barbarians! El artículo puede consultarse en https://endnotes.org.uk/posts/endnotes-onward-barbarians

4Anónimo, Sortir de l’antagonisme d’état, LundiMatin #378, 11 de Abril de 2023. https://lundi.am/Sortir-de-l-antagonisme-d-Etat

5 Joshua Clover, Riot. Strike. Riot., Verso, 2016. El autor refiere en particular a la comuna de Oakland.  

6 Los dos textos siguientes, ambos anónimos, trazan claramente trayectorias en dos experiencias significativas durante la década de 2020 en Estados Unidos, en Atlanta y en Seattle. At the Wendys, Ill Will, 9 de noviembre de 2020, https://illwill.com/at-the-wendys y Get in the Zone. A Report from the Capitol Hill Autonomous Zone in Seattle, en Its Going Down, 9 de junio de 2020, https://itsgoingdown.org/get-in-the-zone/

7 Sobre la relación entre administración y soberanía, y cómo la experiencia zapatista logra salvar ciertos escollos del pensamiento radical occidental, véase Jerôme Baschet, Zapatista Autonomy. A Destituent Experiment? Ill Will, 7 de septiembre de 2022. Disponible en https://illwill.com/zapatista-autonomy

8 Sobre este uso del término «autonomía» véase Adrian Wohlleben, Autonomy in Conflict, en The Reservoir, Vol. 1.

9En el original, aparece el término poco común de transcrescencia y el siguiente comentario en una nota a pie de página: «Transcrescencia es un término utilizado por Jacques Camatte para describir la transición del capitalismo a una etapa más radical, que ahora ya no necesita niveles de mediación, puesto que la ley capitalista ha impregnado completamente la sociedad y a sus sujetos. Por ejemplo, el trabajo ya no aparece como una contradicción dialéctica con el capital, sino que se convierte en parte del capital. Así, el capitalismo ya no es una forma económica, sino una civilización»

10 Desde una perspectiva subjetiva, el vacío que deja el final de una revuelta suele ser, ante todo, ético y afectivo. Esto contrasta con otros argumentos más nostálgicos indexados al movimiento obrero, que tienden a subrayar el vacío político dejado a su paso y la ausencia de un sujeto político fiable. Véase, por ejemplo, Maurizio Lazzarato, The Class Struggle in France, publicado en Ill Will, 14 de abril de 2023 [y disponible en inglés en https://illwill.com/the-class-struggle-in-france ] o más en general, su libro Guerra o rivoluzione, publicado en Derive Approdi, 2022.

11 Hugh Farrell, The Strategy of Composition, En Ill Will, 14 de enero de 2023. Disponible en https://illwill.com/composition

12 En un reciente texto anónimo titulado «Tragic Theses», se sostiene que las luchas territoriales ofrecen un ejemplo de esfuerzo por superar o socavar la separación entre especies, entre lo humano y lo no humano, rompiendo los procesos de humanización y deshumanización que subyacen a los procesos de valorización del Capital. Esta hipótesis parecería encontrar confirmación en los eslóganes que suelen adoptar muchos de estos movimientos –«Somos el valle que se defiende» (NO-TAV), o incluso el propio nombre de Soulevement de la Terre–, que apuntan a un lugar, a un territorio, más que a un Sujeto que produce la agencia dentro de ellos. Véase «Tragic Theses,» en Decompositions, 9 de marzo de 2023. Disponible en: https://decompositions.noblogs.org/files/2023/03/Tragic-Theses.pdf

13 Hay que decir que SdlT es en realidad algo más que una lucha territorial; de hecho, todo el esfuerzo organizativo de su red ha reflejado, en muchos aspectos, un intento de superar los límites de una lucha territorial específica y localizada. En este artículo, me centraré únicamente en el caso concreto de la lucha contra las megabalsas en Sainte-Soline.

14 Pour ceux qui bougent (en 2023): 2016 dans le rétroviseur, texto anónimo publicado en Lundimatin, February 14, 2023. https://lundi.am/Pour-ceux-qui-bougent-en-2023-2016-dans-le-retroviseur

15Adrian Wohlleben, Memes sin fin, publicado el 16 de Mayo de 2021 en Ill Will, May 16. Disponible en PDF en castellano en: https://assets.ctfassets.net/zzo3jtyu2pmq/2OaWnaIZDwJBu0CGy2grf3/3a652654e8642e5772a459c47aab31c8/memes_without_end_ES_READ.pdf

16 Sobre la complejidad de este caso véase Victory and its Consequences en Liaisons Vol. 2.  

17 Espero que los estudiosos de Bordiga me perdonen esta simplificación excesiva de la distinción entre partidos históricos y formales.

18 Esta expresión está tomada de Katherine Nelson, The Anarchy of Power, South Atlantic Quarterly, 122-1, enero de 2023. Siguiendo a Reiner Schürmann, Nelson sostiene que la crisis de la modernidad trajo consigo el declive de los marcos metafísicos sobre los que se construyeron las formas de poder en la era moderna. El nihilismo ha sacado a la luz estos marcos que, una vez que son desvelados, sólo pueden iniciar un declive inexorable. Como resultado, la matriz de nuestra era es esencialmente nihilista y anárquica. Ante esta decadencia, el poder ya no busca un conjunto de justificaciones universales o totalizadoras, como intentó hacer a lo largo de la historia de la modernidad occidental, sino que ahora se redefine como pura fuerza, dominación violenta. Michele Garau ha llegado a conclusiones similares en su reciente trabajo sobre Jacques Camatte (véase Garau, The community of Capital, Ill Will, 24 de abril de 2022. Disponible en: https://illwill.com/the-community-of-capital). Según Garau, los derechos y todas las formas del Estado liberal entran en crisis a mediados del siglo XX. Las representaciones con las que el Capital se había dotado para llenar el vacío creado por la destrucción de los lazos comunitarios que le precedían ya no representan un elemento cohesionador, puesto que las relaciones económicas han penetrado en las relaciones sociales y el capital se ha vuelto inmanente a la propia sociedad, a lo «social», por lo que ya no necesitan producir una serie de exteriorizaciones o trascendencias de tipo institucional o de valores que sirvan de aglutinante a una población de individuos separados.

Estas son las tesis que Jacques Camatte desarrolló a finales de los años sesenta y principios de los setenta y que, como señala Garau, fueron retomadas por el propio Negri en su texto de 1972 Crisi dello stato piano, en el que el autor define las libertades burguesas y el Estado-nación ya no como apariencias, sino como dobles apariencias: el poder es ahora aleatorio y arbitrario; el dinero, convertido en representación total, se convierte en la forma de dominación del mundo social y, al perder toda razón social de ser, se basa exclusivamente en la violencia de clase. El Estado asume entonces un papel que ya no es de mediación, sino el papel de proporcionar la base política de la dominación del Capital.

19 Contrariamente a los que creen que la hipótesis destituyente representa simplemente una propuesta de nuevas revueltas y suspensiones del tiempo histórico, la idea de una potencia destituyente fue de hecho formulada por Agamben y el Comité Invisible precisamente en un esfuerzo por trazar una trayectoria revolucionaria que no naufrague en los mismos escollos que desde hace tiempo han convertido a las revoluciones modernas en contrarrevoluciones.  

20 En The Anarchy of Power, Nelson subraya algunos límites relacionados con la traslación de una potencia destituyente en un contrapoder: «Una política que rechaza cualquier pretensión de legitimidad puede, en efecto, como escribe el Comité Invisible, obligar al gobierno a «rebajarse al nivel de los insurgentes, que ya no pueden ser «monstruos», «criminales» o «terroristas», sino simplemente “enemigos”, puede “obligar a la policía a no ser en adelante más que una banda, y al sistema judicial una asociación criminal”. Sin embargo, se corre el riesgo de que la lucha subsiguiente se convierta en una batalla “a muerte” entre facciones. En tales casos, una indigencia en cortocircuito se convierte en la metonimia rota de la existencia política significativa, produciendo víctimas de una época anárquica. Para ser claros, esta identificación mortal de lo que uno es o de lo que somos con lo que hay que hacer, del ser y de la praxis, no es en absoluto ilustrativa de la destitución, pero es el riesgo que, sostengo, alberga única e intrínsecamente la política destituyente».  

21 Véase Les Soulèvements de la Terre, To Those Who Marched at Sainte Soline, Ill Will, 24 de abril de 2023. Disponible en: https://illwill.com/to-those-who-marched-at-sainte-soline. Y el original francés en: https://lundi.am/A-celles-et-ceux-qui-ont-marche-a-Sainte-Soline

22 Se incendió toda una obra.