Mascolo, comunismo, comunicación y verdad
Artículo publicado en Entêtement « Mascolo, communisme, communication et vérité » el 5 de enero de 2023.
Mascolo, comunismo, comunicación y verdad
« Se pretende proponer aquí que, así como no hay palabra no comunista posible –queremos decir, en desacuerdo radical con esa apertura de los sentidos (oír, ver, comunicar) que el comunismo debe permitir– así mismo, tampoco hay inteligencia no comunista posible » Dionys Mascolo, El comunismo
Hay libros cuya densidad de forma y de contenido trabajan el espíritu al hilo de la lectura, haciendo casi imposible escribir sobre, pero posible escribir con. El comunismo de Mascolo es uno de esos libros. Toma como punto de partida la cuestión más primordial que pueda haber, la cuestión del comunismo. Para ello hay que ser capaz de captar sensiblemente esta cuestión, no partir más de las condiciones económicas, sociales o políticas, sino partir de la vida misma, partir de la ética. Se trata de volver inoperantes las operaciones económicas y sociales que nos atan a un rol social, caracterizadas por una operación que deshace la materialidad del comunismo. Esta materialidad se percibe en la experiencia inmediata del comunismo como siendo una manera de vivir las continuidades entre uno mismo y los otros, dicho de otro modo, de aferrarse a un mundo constituido por vínculos y apegos. Nuestra época es la del resurgimiento de la dimensión ética, cuya eficacia manifiesta es la chispa de todo incendio insurreccional. El prisma deseante, por medio de su política del deseo, olvida la profundidad de la ética mascoliana de la materialidad de la necesidad. Pues la sustancia del deseo es la necesidad. Toda insurrección, toda revolución es la tentativa de arrebatar el mundo a las mentiras, a quienes lo han erigido, teniendo en cuenta que cada ser situado tiene necesidad del mundo y de una « existencia capaz de la verdad ».
Mascolo define la necesidad como el único fundamento de la negación revolucionaria del estado de cosas. Así, la necesidad constituye la base material humana de toda búsqueda de la verdad y, por añadidura, la base material del movimiento comunista, su umbral ético. « La necesidad no es más que el nombre de la relación por la que un determinado ser sensible hace existir tal o cual elemento de su mundo » (Anónimo, Appel). La « necesidad humana » en Mascolo –y esto nos recuerda lo que estaba en juego en los últimos movimientos insurreccionales en Francia– corresponde a la necesidad de comunidad. De los « chalecos amarillos » a los convoyes de la libertad se han manifestado dos necesidades profundas. En primer lugar, la necesidad expresada por los « chalecos amarillos », la necesidad de comunidad, la necesidad real de reencontrar vínculos entre los seres. Y en segundo, poco después de los diversos confinamientos y de la puesta en marcha del pase sanitario, el convoy de la libertad, llevado por el rechazo del estado de cosas, se vio impulsado por la necesidad de comunicar, de compartir el desconcierto de una experiencia vapuleada por la biopolítica. « La comunicación es la forma de todo acto de conocimiento, y la necesidad que busca su satisfacción el fundamento de toda búsqueda de la verdad » (Dionys Mascolo, El comunismo). La pluralidad de estos movimientos de sustracción ha definido una necesidad existencial: ser capaz de la verdad. Es necesario buscar verdades, es incluso una exigencia comunista. « Lo que hay que demostrar, por tanto, no es la verdad del materialismo. Es el materialismo de la verdad. Es que ninguna verdad podrá jamás extraerse de la existencia humana si no es la exacta expresión de la actividad práctica, acorde a ella, en lugar de estar en absoluto desacuerdo con ella, como lo están todos los pretendidos valores o ideas que se presentan como verdaderos » (Dionys Mascolo, El comunismo) Por eso hay que desmontar la vieja idea del poder según la cual una verdad resulta de un enunciado que describe convenientemente el mundo. Semejante idea corresponde a una cierta visión del lenguaje como simple descripción del mundo, cuando el lenguaje construye un mundo. No hay, pues, verdades sobre el mundo, sino verdades a partir del mundo que hacen posible situarse. Habitar el mundo es ser capaz de vincularse a verdades éticas y enfrentarse a las verdades y post-verdades de un mundo de mentiras que opera en una densa niebla.
El comunismo no ha sido totalmente derrotado por el estado de cosas; vive secretamente, bien escondido bajo las toneladas de estratos de mistificación construídos por los valores de la civilización para dejar operar a las fuerzas de la economía. « La economía es la sustancia de la mentira, la mentira en las cosas mismas, la simplificación modelo de todas las simplificaciones, la que reduce realmente a los humanos a vivir ellos mismos una vida de cosas » (ibíd.). La economía ha reducido nuestras vidas al estado de cosas y recubre el mundo con el velo de la mentira, y su palabra no tiene más efectividad que la de engañar y embaucar para alimentar la estabilidad de la gobernanza. Igualmente, la mentira hace de la comunicación una simplificación. El advenimiento de una oscura totalidad denominada cibernética, como tentativa de unificación de las ciencias, es el nuevo operador de una gobernanza objetiva. La primera fase de sus maniobras fue la información y la comunicación, haciendo de esta última su campo de batalla, una gigantesca operación de simplificación constante determinada por un conjunto de dispositivos técnicos que permiten un flujo continuo de informaciones y comunicaciones como si fuesen la buena circulación del poder. Los lenguajes, las hablas, las palabras son tomados entonces como elementos calculables y codificables de la economía. La cibernética es el nuevo lenguaje de la economía. Su advenimiento coincide con la crisis del lenguaje del siglo XX provocada por el despliegue de la cosmotécnica occidental. El proyecto cibernético obedece a un intento de reconfigurar racionalmente esta crisis por medio de la propia crisis con el fin de permitir que la mentira opere. Una estrategia eficaz que se ilustra en la profundidad de nuestras almas mutiladas. La extrañeza respecto al lenguaje como esa extraña experiencia de la separación entre el gesto y la palabra ilustra el dominio que ejerce la gestión cibernética sobre nuestras vidas. Nuestras palabras ya no implican nada más que el profundo vacío de la mentira. De aquí deriva una cierta extensión de la desgracia.
El vacío de nuestras lenguas y de nuestras palabras está atrapado en la abundancia de la comunicación mediatizada por el aparataje cibernético. Pues nuestras palabras ya no parten del mundo, sino de la crisis de la presencia, y todos los dispositivos tecnológicos de comunicación mantienen activamente el sufrimiento. La ausencia de respuesta se ha vuelto insoportable. Y lo más triste reside en la respuesta emitida y recibida que amplía todavía un poco más este sufrimiento. Es en el silencio donde hay que aguzar el oído para percibir a los que no hablan, a los que son enmudecidos por la brutalidad del estruendo del capital, esos que, sin embargo, son capaces de vivir el comunismo. Esos, en cuanto toman finalmente la palabra, desplazan el silencio y desbaratan la seguridad de cualquier salud moral existente. Las almas se ponen en juego mediante la satisfacción de la necesidad de palabras sinceras, que conduce a enunciar palabras constituidas por gestos. « Por alma se entiende la totalidad concreta de las facultades humanas, una totalidad capaz de manifestarse activa o pasivamente como una facultad única » (ibíd.). Toda situación de sustracción permite a las almas situadas en este conflicto ser capaces de una palabra sincera y de unir los gestos a la palabra, capaces finalmente de romper con ese silencio, por la necesidad efectiva de hablar, de hablar-verdad, de compartir su experiencia de alma mutilada y en el mismo movimiento la experiencia de una comunidad de bienes. Este movimiento es perturbado por la necesidad de comunicación. « La palabra que surge de la necesidad de hablar debe ser vista entonces como lo que más se acerca al verbo imaginado anteriormente. Es la parte de verbo verdadero de cuya existencia humana concreta es, sin duda, portadora. Es decir, la voz del alma objetiva, que fuerza al alma a escuchar lo que hay en ella de más absolutamente ajeno a sí. Por lo demás, sólo después de esto, después de haber escuchado esto, llega a ser realmente ella misma: reunión de todas las facultades en una sola, objetiva y simple. Objetiva, no lo es nunca sin ser forzada, reconducida a la objetividad ». Este movimiento produce una « conmoción general de la sensibilidad » (Dionys Mascolo, En torno a un esfuerzo de memoria) que puede conducir a nuevas disposiciones a la metamorfosis.
Como hemos visto en el curso de las últimas décadas, las revueltas no han sido animadas por el deseo de revolverse contra la totalidad de lo que nos revuelve e indigna, sino por el deseo de atacar primero a la mentira de este mundo, a la construcción que mantiene nuestras vidas en la miseria. Todo ataque profundo al estado de cosas materializa una potencia destituyente constituida por verdades éticas y animada por una necesidad esencialmente comunista: la búsqueda de la verdad. Porque para situarse en el mundo es necesario atenerse a verdades éticas, del mismo modo que es necesario experimentar con un lenguaje para elaborar un mundo y así ser capaz de comunicarse para ponerlo en común. La exigencia comunista está vinculada a la elaboración de relaciones con el mundo, al juego con las diferencias éticas –no a la unificación del mundo, sino a su pluralidad. El comunismo nunca es un fin en sí mismo; siempre está por construir y la posibilidad del conflicto siempre está ahí. « En la sociedad burguesa, donde las diferencias entre los seres humanos son sólo diferencias que no residen en el humano mismo, son precisamente las verdaderas diferencias, las diferencias de cualidades las que no se reconocen. El comunista no quiere construir un alma colectiva. Quiere realizar una sociedad en la que las falsas diferencias sean liquidadas. Y habiendo liquidado estas falsas diferencias, abrir todas sus posibilidades a las verdaderas diferencias » (Elio Vittorini, Una entrevista de Elio Vittorini).
Louis René