Categorías
Materiales

Las masas más allá del mundo patológico de Macron

Las masas más allá del mundo patológico de Macron, por Josep Rafanell i Orra

Artículo publicado en Tous dehors « Les foules au-delà du monde pathologique de Macron » el 23 de marzo de 2023.

El hecho de que un presidente cualquiera de una república cualquiera, para justificar su idea de política, haga referencia a Gustave Le Bon -del cual Mussolini fue un atento lector- podría bastar para demostrar el grado de psicopatología de este personaje. Sin lugar a dudas, ya de por sí da bastante grima, pocas veces antes un presidente habrá sido tan denostado y haya provocado tanto desprecio. Sin lugar a dudas, las masas de personas que se están rebelando no ven otra cosa en él más que a un iluminado, rodeado eso sí de lacayos que esperan pacientemente su ocasión de oro. Sin lugar a dudas, sus patochadas y jeremiadas despiertan hacia su persona cada vez más rechazo y repugnancia.

Pero esa no es ya la cuestión. Es en tanto que representa la quintaesencia de la república que se nos plantea la cuestión. Y es que las instituciones republicanas francesas, desde sus orígenes hasta hoy, han sido constantes mecanismos de contrainsurgencia. Sí, la institución republicana con sus constituciones fue ideada contra la Comuna. Sí, la policía francesa es efectivamente republicana (esta era ya una vieja cantinela en tiempos de la Francia ocupada del mariscal Pétain). Sí, el gobierno republicano puede ejercer así su violencia con su policía, en tanto que esta, es el cuerpo intermediario entre las masas y el poder; este poder fundado en una arkhè a la francesa tan profundamente anclada en la matriz monárquica con todos los folklores cortesanos como fondo de decorado.

Donde las cosas se van complicando a partir de cierto momento, es cuando pasamos a considerar a Macron no sólo en tanto que una caricatura psicopatológica del monarquismo republicano, sino en tanto que uno de los más dignos representantes del liberal-fascismo que se extiende por todas partes: el de la promoción de la atomización que se vuelve masiva, el del que tiene como fundamento la radical negligencia como principio de gobierno. El de la aniquilación de cualquier cosa que haga comunidad. El de la destrucción de los lugares y de las interdependencias que los hacen existir, contra el espacio administrado del desastre.

Es este liberal-fascismo el que nos pretende conducir hacia un estado de intranquilidad universal, acorralados y paranoicos, que promueve un mundo social en el que el gobierno de sí, no debe ser más que una minúscula totalidad cerrada sobre sí misma, temiendo los encuentros y la diferencia como otras tantas invasiones, únicamente abierta a los flujos de la valorización. Porque esta última no sabe más que girar sobre sí misma en el vacío de la destrucción que va dejando tras de sí.

Frente a esto, vuelve el desorden social. El que rechaza la siniestra contabilización del tiempo de nuestras vidas: durante los desbordamientos de las manifestaciones, durante las irrupciones nocturnas en la metrópoli policializada, durante los bloqueos y las ocupaciones de las refinerías, en los sabotajes que se multiplican, en las luchas contra el extractivismo de las capas freáticas y contra la agroindustria que destruye las tierras. Es entonces de nuevo la presencia, el entrelazamiento entre los seres que se manifiestan. Y de ahí, ese rechazo a dejarse gobernar.

Se trata, como con cada nuevo levantamiento, del insondable anarquismo de la vida que reaparece, se trata de formas de apoyo mutuo y de cooperación que hacen reventar el idealismo enfermizo que pretende hacer del mundo una empresa total. Se trata hoy de la interrupción del progreso en bancarrota, el crecimiento, la acumulación interminable, que ve la luz. Se trata de la apertura hacia nuevos tiempos lo que se vuelve posible. Pero se trata también de viejas historias enterradas que hacen irrupción.

Resurrecciones e insurrecciones cohabitando: esta es la peor pesadilla para cualquier gobierno.

Ya no nos encontramos solamente ante un movimiento social. Vemos emerger, como ya fue el caso con el levantamiento de los Chalecos Amarillos, la reaparición de formas comunardas que tensionan las categorías sociales, que conllevan la disolución de identidades y de sujetos de gobierno. Una vez más y de nuevo que se extiende el perfume obstinado de la desconfianza hacia los representantes. Una vez más y de nuevo que se suceden encuentros improbables en disturbios, bloqueos y ocupaciones. Una vez más y de nuevo que surge el rechazo hacia un escenario de corruptela de la representación política.

Nada nos garantiza que otros mundos se abran a nosotros. Pero como decía Gustav Landauer, antes de ser asesinado por los Freikorps de la alemania de Weimar (antepasados directos de la actual BRAV francesa), la revolución es una eterna prolongación. Y a todos aquellos obsesionados con constituciones sociales, les decimos: » La revolución debe ser parte de nuestro orden social, debe convertirse en la regla básica de nuestra constitución «.

Esta es nuestra única constitución: aquella en la que se establece la revuelta de las masas, sus comunidades y geografías, sus reapropiaciones, sus encuentros inesperados, donde se entablan nuevas amistades y donde se da la presencia. Son estas masas las que se adhieren al rechazo, que se convierten de repente en el afuera sin el cual estaríamos asfixiados al interior de lo social que unos gobernantes patológicos pretenden gobernar.

Las insurrecciones vienen y van. La revolución persevera.