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Revueltas y carnaval

25 de marzo. Carnicería en Sainte-Soline tras un llamamiento a la protesta de Soulèvements de la Terre, algunos sindicatos y otras organizaciones. Ya ha sido ampliamente relatado: un diluvio de granadas, psicópatas de la gendarmería en quad disparando LBD contra los manifestantes como los cazadores locos podrían disparar a los conejos. Una retahíla de heridos, más de 200, entre los cuales se encuentran un gran número de personas muy gravemente mutiladas y dos jóvenes en coma. A día de hoy, uno de ellos está todavía entre la vida y la muerte. Desde entonces, Soulèvements de la Terre ha sido disuelto.

Desde entonces, antes y después: la furia policial durante las manifestaciones contra la reforma de las pensiones, la operación neocolonial orquestada por el Estado francés en Mayotte que se asemeja furiosamente a los pogromos.

27 de junio. Asesinato de Nahel: un enésimo joven ejecutado por la policía. Para no contravenir la costumbre, un árabe. Podría haber sido un negro. A veces también le sucede a un blanco. Esta vez fue oportunamente filmado por una vecina desde una casa. Se puede oír cómo el policía que dispara al joven le dice: «¡Te voy a meter una bala en la cabeza!». «¡Dispárale!», contesta el otro policía.

Más tarde sabremos que el policía que asesinó a Nahel es un antiguo militar convertido en guardián de la paz, que fue condecorado y felicitado en repetidas ocasiones por el prefecto Lallemand de siniestra memoria por «su trabajo» durante el levantamiento de los chalecos amarillos. Que fue miembro de las brutales BRAV-M[1] y CSI-93, la «compañía de seguridad e intervención» del Sena-Saint-Denis investigada por 17 casos de violencia y extorsión.

A continuación, se produce una oleada de disturbios. La mayoría de las ciudades francesas con barrios guetificados se incendian. Miles de coches, autobuses, tranvías son quemados…, arden 250 comisarías y gendarmerías, incluso en poblachos perdidos de provincia. Más de mil edificios han sido dañados. 250 sucursales bancarias, 200 centros comerciales han sido destruidos. Los postes con cámaras de vigilancia se cortan cuidadosamente con la motosierra. Los saqueos a supermercados y tiendas se multiplican. Niños y niñas hacen escrupulosamente los recados, a veces algunas madres se unen al saqueo.

Después de haber permanecido circunscritos durante los dos primeros días a las barriadas, los disturbios se extienden a los centros de las grandes ciudades. Vemos emerger por aquí y por allá a bandas de neonazis dando vueltas codo con codo con la policía y apalizando a los insurrectos, a veces entregándolos a las fuerzas del orden.

Dos de los principales sindicatos policiales sacan un comunicado donde exigen que se les deje eliminar las «plagas» de los suburbios. Amenazan al gobierno con asumir la defensa contra las hordas salvajes. Es la «guerra». Sin duda, es lo que ha sido durante seis días. Una guerra dirigida por la policía, definitivamente el último cuerpo intermedio entre el Estado y lo que éste decreta no ser más que chusma. Una guerra, pues, que se agita en sus mentes podridas por las viejas imágenes de fascismos y cacerías bajo los oropeles de la start-up republicana.

Tras el despliegue de los cuerpos especiales antiterroristas de la gendarmería y la policía nacional, de los vehículos blindados, de las manadas de la BAC[2] y de la BRAV, los disturbios fueron sofocados. El cansancio de los chavales y las chavalas también tiene algo que ver con esto. Al menos otro muerto en Marsella, un joven en coma en Lorena. Cerca de 4.000 detenciones, 400 jóvenes encarcelados por una justicia expeditiva. La justicia, es evidente, está al servicio de la policía, nos decía Foucault. Y no al revés. Habrá que esperar algún tiempo para conocer el alcance de la terrible represión.

Luego Macron, Darmanin, Dupont-Moretti, después de haber sido desestabilizados por las claras imágenes de la ejecución y la intensidad del levantamiento, después de haber desplegado un ejército de 50.000 policías y gendarmes, les dan lecciones de moral a los padres, apelando a su responsabilidad. Les amenazan con cortarles las ayudas sociales. Les advierten de los peligros de los videojuegos. ¿Quiénes son estos idiotas engreídos? Respectivamente, el Presidente de la República, el Ministro del Interior y el Ministro de Justicia. El primero es un antiguo banquero de negocios que ha dado algunos buenos golpes y que, convertido en presidente, protegió a un matón violento en el corazón del Elíseo, mantuvo a quien se parece demasiado a un estafador dentro de su equipo de asesores e hizo de un antiguo presidente de la República multi-condenado un embajador de Francia para grandes eventos internacionales. El segundo fue acusado de violación por haber obtenido felaciones de una proletaria a cambio de una promesa de vivienda social cuando era alcalde de una ciudad del norte. Está dispuesto a admitirlo. Pero fue un error juvenil, nos dice. Archivado sin cargos. El tercero anda de juicios por conflicto de intereses y otros escándalos. Dicho sea de paso, su hijo está acusado de golpear a su esposa. En total, para ser breve, una veintena de miembros del Gobierno han sido y siguen siendo hasta la fecha objeto de investigaciones judiciales, de condenas por casos de corrupción y de violencia, incluida la violencia sexual. Todo esto para caracterizar en algunos rasgos los escenarios institucionales del poder y la camarilla de degenerados que los pueblan.

En la izquierda, sobre todo en la extrema izquierda, algunos se preguntan ansiosos si estos disturbios, estas revueltas, son políticas. O lo afirman directamente con un tono docto. Hay que tranquilizarse diciéndose que lo son. Sí, pero no. No son realmente políticas. Son carnavalescas, a pesar del miedo a ser el siguiente Nahel en la lista, a pesar de la rabia y del dolor, del odio al Estado, a pesar del desprecio incandescente a la policía, de todo lo que se le parece, incluido lo que queda de instituciones pastorales, comenzando por la escuela, los centros sociales, las mediatecas que les recuerdan su adscripción social, la promesa de un estatus de tercera clase en el encantador mundo de la economía. No quiero que me malinterpreten. Carnaval hubo y fue en algunos momentos bastante destroy, con su parte de nihilismo. Siempre es triste, abrumador, que los libros se quemen, que la filmografía íntegra de Godard en DVD prenda en llamas. No obstante, ¿hay que quedarse fascinados, expectantes, satisfechos por el surgimiento de un nuevo sujeto político, los niños herederos de las historias coloniales de las banlieues (por lo demás, todos aquellas y aquellos que se han acercado a los disturbios os lo dirán: en los primeros días, los mayores, hombres y mujeres, eran numerosos; también blancos, algunos anarquistas y autónomos desorientados; a medida que pasaban los días, cada vez más muchachos muy jóvenes de los barrios populares se encontraban allí solos)? Es de otra cosa de lo que se trata: no de un sujeto social y su devenir político, sino del odio social devenido un odio a la sociedad que toma caminos explosivos.

Alain Bertho, antropólogo que ha estudiado durante años los disturbios urbanos, retomó los de 2005 durante el levantamiento de los «chalecos amarillos»: «sobre la cuestión de si esos disturbios eran un movimiento político, protopolítico o apolítico. La respuesta que me dieron los que quemaron coches quedó grabada en mi cabeza: “No, no es político, pero queríamos decirle algo al Estado”. ¿Cómo decir con más claridad que la política partidista y parlamentaria, a sus ojos, no servía en absoluto para decir algo al Estado?».

Es muy probable que estas palabras las pudiésemos reencontrar en la boca de cualquier joven de los disturbios de 2023.

Cuando vemos críos (y no tan críos) salir del supermercado saqueado con carros bien ordenados, llenos de alimentos que corresponden escrupulosamente a la supervivencia semanal de una casa, de harina, de aceite de girasol, de pasta, algunas conservas, un poco de carne, dulces de lujo, se nos saltan las lágrimas. Pero cuando nos enteramos también de que los chavales han robado un autobús de transporte público de Marsella para cruzar Francia hasta Stains en el Sena-Sant-Denis en una road movie hilarante (¡800 km. a pesar de todo!), nos entra una risa incontenible.

La diferencia es que el carnaval de hoy, cuando empieza a deslumbrar, se enfrenta a las unidades especiales antiterroristas sobrearmadas del RAID[3] y del GIGN[4], a encapuchados con sus blindados y sus rifles automáticos.

Graeber y Wengrow nos dicen: «No se pueden entender las realidades del poder, moderno o antiguo, sin reconocer la brecha entre las pretensiones de las élites y su margen de maniobra efectivo. El Estado (…) no es “la realidad oculta tras la máscara del ejercicio de la política: es la máscara misma; es lo que nos impide ver el ejercicio de la política por lo que es”. Para comprenderlo, hay que prestar atención no a “los sentidos en que el Estado existe, sino a los sentidos en que no existe”».

(Pocos días antes del asesinato del joven Nahel, me había reunido con algunos amigos para hablar de un «foro» que habíamos organizado en los eriales reapropiados por colectivos en los Murs à Pêches[5] de Montreuil sobre las relaciones con las tierras urbanas y las subsistencias. No tuvo mucha repercusión. El segundo día fuimos arrinconados por «radicales» que querían meter a la fuerza la política en los encuentros, saboteando con sus imperativos moralistas los intercambios. Bueno, no es dramático: fracasar, fracasar de nuevo, fracasar mejor… Quizá comencemos de nuevo con otros agenciamientos. Ya con una asociación de Murs a Pêches, Le Sens de l’humus y un colectivo, A4 (que trabaja e investiga posibles relaciones entre migrantes exiliados y campesinos), hemos puesto en marcha un proceso de trabajo conjunto para hacer un uso común de las parcelas que la primera ocupa en los Murs a Pêches. Tal vez incluso creando asentamientos más o menos disimulados.

Recuerdo este encuentro más bien triste. Fue de regreso a casa con la moto que me detuve en un bar cabileño entre Romainville, las Lilas y Bagnolet para tomar un trago. Es un lugar encantador en la esquina entre dos calles más o menos desoladas. Me gustan estos antros improbables, su anfractuosidad en la ciudad, su opacidad, su manera de imantar formas de vida dispares. Fui recibido por el jefe con un gran abrazo cuando apenas nos conocíamos. Me ofreció una copa tras otra. Me presentó en su cocina trasera a un grupo de mujeres risueñas. Podía ver a jóvenes árabes entrar y salir, sus rostros radiantes de amabilidad. Había también un tipo de aspecto espectral: con la cabeza de druida celta, pelo largo y blanco, sesenta años, mudo, cuidando la sala, dejando delicadamente las tazas de café detrás del mostrador. Apuesto a que en el sector psiquiátrico de un hospital ya le habrían endosado un diagnóstico de esquizofrenia: apragmatismo, inexpresividad, abulia…, y no sé cuántas recetas de toneladas de neurolépticos. A mi regreso, después de las interminables despedidas con las mujeres de la trastienda, con el jefe, su abrazo en el que casi me deja sin aire estrechado entre sus brazos, tuve que tener mucho cuidado de no zigzaguear demasiado con la moto y poder llegar a mi casa sin chocarme…).

¿Qué ha pasado durante estos seis días de disturbios? Se ha producido una fragmentación social. Nunca sabremos desde nuestra radical exterioridad de militantes políticos todas las complicidades que se han desplegado allí y las que las han precedido (es el caso de un amigo que había tratado de unirse a los disturbios en Belleville: pillado por un policía de la inteligencia, tendría que haberse atrevido a volver). Se necesitarían años de investigación simpática, implicada, comunal, para aprender alguna cosa.

Sí, la vida libre y comunal, la de los vínculos que nos liberan, tiene sus momentos de carnaval. Nada más temible, más insultante para la seriedad de los poderes eclesiásticos, para los arzobispos de ayer y para los managers de lo social de hoy con sus bocas afligidas (incluidas las jetas de los izquierdistas), que la eclosión del sin-fondo anárquico de la vida.

A los que quieren dar cheques en blanco políticos, yo les diría: ya no hay fundamento que sustente la representación de sujetos sociales, su conversión en sujetos políticos a través de las identidades. No más lógica de los orígenes. No más línea determinada de la temporalidad revolucionaria. No más causas con sus consecuencias que revelarían el significado del acontecimiento. Nada de eso. Ahora más que nunca, un movimiento revolucionario comienza por el medio, in media res.

Entonces, ¿los disturbios son una manifestación política? No: son un carnaval que se enlazó al enésimo episodio de la brutalidad y la crueldad del poder. Querríamos encontrar un sujeto social, a la espera de un devenir político, y perderíamos lo esencial. No, nada de política y de sus sujetos, sino más bien la encarnación repentina de los cuerpos extranjeros de la metrópoli que pretende ocultar lo que la hace funcionar, que se pretende uniforme en su sueño de autoproducción. De repente, la manifestación de la presencia bajo la máscara del amotinado: impredecible, violenta, divertida. Luego, la venganza de la policía que ha sido desbordada, que siente que su pacto con el Estado corre el riesgo de ser desautorizado: y es que el Estado con sus rostros arrogantes no se sostiene más que por su policía. Y es que la policía no puede existir sin el Estado, que hace que exista una sociedad que controlar. Y así sucesivamente: la eterna auto-manifestación del Estado.

Innumerables habitantes de las banlieues seguirán siendo los peones más o menos invisibles (salvo cuando se topen con una banda de policías descerebrados: ¡hay tantos!) de una ciudad que se quiere transparente, un espectáculo encantado en su falsa desmaterialización, que se sueña algorítmica, sin alma y sin carne. Sin ningún afuera. Y aquí está la irrupción de los futuros explotados de los almacenes logísticos, los operarios, los cajeros y cajeras de los supermercados, los repartidores uberizados, los auxiliares de enfermería y cuidadores a domicilio por venir de los EPAHD[6] donde aparcamos a nuestros viejos, aquellas y aquellos que serán las enfermeras y doctores en hospitales en ruinas, los técnicos precarios de empresas de subcontratación en el mundo plano de lo digital. Pero sabemos que esta sociedad está ya muerta a pesar de los gesticulantes rostros de los que pretenden gobernarla, de los que se obstinan en defenderla armados hasta los dientes: los Macron, Darmanin, Dupont-Moretti y su banda de iluminados del mundo de la economía que no puede prometer más un contrato pastoral. Se acabaron los proyectos de vida proyectados en las coordenadas del capital.

No hemos terminado con los Grandes Carnavales que se avecinan. Después de las llamas, el sufrimiento, los asesinados homenajeados, incluso si el ruido y la furia pasan, una vez que el tiempo salido de sus goznes vuelva a su lúgubre linealidad, renacerán de las cenizas del mundo social las nuevas formas de comunidad. Seamos claros: están ya abriéndose paso. Por todas partes, en nuestro propio aquí hay otros lugares.

En todos lados es posible escapar de las escenas de la representación que nos encierran en el cerco de las identidades haciéndonos presas del gobierno.

No bastará con cambiar la máscara brutal del poder para poner fin a sus potencias destructivas. Es a través de los vínculos que fabricamos, con nuestros gestos animados, que abriremos los posibles que hagan imposible su mundo de destrucción.

¿Quién lo habría predicho?

 

Josep Rafanell i Orra, 9 de julio de 2023

 

[1] Las Brigadas Motorizadas para la Represión de las Acciones Violentas (BRAV-M) son unas brigadas móviles constituidas por binomios en motocicleta que intervienen dentro de la ciudad de París durante episodios de violencia urbana y alteraciones del orden público. Fueron creadas en marzo de 2019 por el prefecto de Policía de París Didier Lallement para luchar contra la violencia de los «chalecos amarillos». [N. de T.]

[2] Brigada Anticrimen (Brigade Anti-Criminalité) de la policía nacional de Francia, destinada a la lucha contra la pequeña y mediana delincuencia. Es también empleada para la represión de movilizaciones y disturbios. [N. de T.]

[3] El RAID es una unidad de élite de la policía nacional francesa fundada en 1985. Su nombre tiene que ver con la palabra «raid», que designa un asalto militar. Posteriormente, y por retroacronimia, se le dio un nuevo significado a las iniciales: Recherche, Assistance, Intervention, Dissuasion («Investigación, asistencia, intervención, disuasión»). Fue desplegada para la represión de los disturbios tras el asesinato de Nahel. [N. de T.]

[4] El Grupo de Intervención de la Gendarmería Nacional es una unidad de élite de la Gendarmería Nacional francesa especializada en acciones antiterroristas, en la liberación de rehenes y en operaciones especiales, activa desde 1974. [N. de T.]

[5] Los murs à pêches son un conjunto de muros usados en el norte de Francia para el cultivo de melocotoneros en espaldera. Actualmente, ocupan aproximadamente 35 ha.​ Fueron introducidos en el siglo XVI condicionando drásticamente el paisaje de Montreuil, hasta ser progresivamente abandonados a lo largo del siglo XX.​ Desde 1994, existen diversas asociaciones comprometidas con la protección y el uso popular de estas parcelas de cultivo. [N. de T.]

[6] Siglas de établissement d’hébergement pour personnes âgées dépendantes. Son residencias medicalizadas de ancianos. [N. de T.]