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Destituir o situar

A última hora, en la jornada de reflexión de otras elecciones, presentamos este potente texto de Mikkel Bolt Rasmussen. Se refiere a otro momento electoral en Francia, hace unos años, en el que apareció un llamamiento a dar por muerta la política clásica e iniciar un proceso destituyente, llamamiento al que respondió Jean-Luc Nancy con un «sí, pero…». En el debate todos están de acuerdo en que «la política ha muerto», en que «hay que dejar de ser cómplices de la farsa política», en que «las elecciones no son más que trampas para tontos», como dijo Sartre en 1973. En lo que no se está de acuerdo es en lo que hay que hacer ni en cómo llamarlo. La fina mirada de Mikkel Bold Rasmussen defiende el llamamiento a la destitución incluso desde dentro del ámbito de problemas marxista, con el cual -aunque no estemos de acuerdo hasta el final en el análisis- podemos ser compas de viaje, compartir el mismo lado de la barricada y todo el fuego de la revuelta, en una época histórica asfixiante que por todas partes anuncia su ocaso.

Algunas observaciones sobre el intercambio entre Julien Coupat, Eric Hazan y Jean-Luc Nancy (enero-febrero de 2016), Continent 6:2, 2017

Mikkel Bolt Rasmussen

«Sin embargo, me parece necesario constatar lo siguiente: la palabra elegida para describir el proceso deseado, la destitución, no es especialmente convincente, no emociona lo suficiente y está demasiado ligada a aquello de lo que hay que separarse»[1]. Así responde Jean-Luc Nancy a la convocatoria publicada por Julien Coupat y Eric Hazan a finales de enero de 2016 en Libération titulada «Pour un processus destituant: Invitation au voyage» (Por un proceso destituyente: invitación al viaje)[2]. La respuesta de Nancy, «Pour répondre à l’appel de Julien Coupat et d’Eric Hazan» (Para responder al llamamiento de Julien Coupat y Eric Hazan), se publicó unos quince días después de la arrolladora (sweeping) crítica de Coupat y Hazan a la democracia basada en el Estado-nación y al intento de la Izquierda Francesa de movilizar la esfera pública política, denunciando la propuesta del presidente Hollande de revocar la ciudadanía a los terroristas convictos tras el atentado del 13 de noviembre en París, en el que murieron 130 personas. Nancy veía con buenos ojos el llamamiento de Coupat y Hazan y su crítica de la política, pero dudaba de que la destitución fuera el siguiente paso del proceso.

Una breve nota sobre la siguiente presentación: He optado por un montaje en el que pongo los dos textos uno al lado del otro, subrayando sus argumentos y sus diferencias. Creo que es la manera correcta de proceder en la situación actual, en la que el campo y el estado de excepción son los puntos de partida; cada día «desaparecen» refugiados que intentan llegar a Europa, huyendo de las guerras, el terror y la asfixia económica que sostienen las potencias occidentales en un intento de aniquilar la «Primavera Árabe». La negación del capital no produce (¿todavía?) una crítica que pueda aclarar la situación filosófica. Así pues, cualquier intento de clarificar las posiciones debe establecerse horizontalmente y centrándose en las posiciones mismas. Concluyo la exposición con una breve comparación histórica.

Destitución

En su texto, Coupat y Hazan, el joven comunista de izquierdas acusado de sabotear un tren de alta velocidad y de escribir L’insurrection qui vient (La insurrección que viene) y el viejo editor [La Fabrique Editions] convertido en intelectual público, empiezan denunciando que la Izquierda Francesa intenta criticar el giro a la derecha de Hollande [Partido Socialista] para proponer un nuevo candidato presidencial de izquierdas. Todo esto no es más que una nueva ronda de luchas políticas internas, señalan Coupat y Hazan. «Ellos [la izquierda] quieren seguir creyendo en la política». Pero la política está muerta y la oposición entre izquierda y derecha no tiene ningún sentido hoy en día, argumentan Coupat y Hazan, rechazando estos debates y el intento de reavivar un programa político izquierdista o socialista extinto: «No tenemos ninguna razón para soportar un año y medio de campañas electorales, cuando ya está previsto que termine en un chantaje democrático. Para no seguir sometidos a esta cuenta atrás basta con ir a contrarreloj: Tenemos en cambio un año y medio para acabar con la triste domesticidad de los aspirantes a dirigentes y poner fin al cómodo papel de espectador de su carrera. Denunciar, tomar partido, [e] intentar persuadir no sirve para nada».

Coupat y Hazan rearticulan esta crítica en forma de manifiesto donde sostienen que cualquier intento de devolver el sentido a la política o de hacer ahí las cosas de otro modo pasará por alto lo que de hecho ya está ocurriendo, a saber, un abandono de la política, con un eslogan: Se acabó el tiempo para la política. Ya se ha acabado. Los propios políticos han vaciado la política de cualquier significado, el curso de los asuntos en Grecia, donde una elección siguió a otra sin cambiar los términos del rescate es revelador, escriben Coupat y Hazan, citando la declaración del Ministro de Finanzas alemán Wolfgang Schäuble de que «no podemos dejar que las elecciones cambien nada». Pero más importante que el hecho de que los políticos muestren la inutilidad de la política en sí, es que en toda Europa la gente ha dejado de interesarse por la política, votan a partidos de derechas o no votan. «A nadie […] le importa», escriben Coupat y Hazan, continuando los análisis de Tiqqun y El Comité Invisible, donde la política se ha derrumbado pero no ha sido sustituida por nada, sigue viviendo como su propia sombra con políticos y periodistas que fingen «hacer política», o muestran imágenes de gente haciendo política: debatiendo, discutiendo, negociando. Pero el electorado ya ha abandonado el edificio (de la democracia parlamentaria). Y lo que podría parecer pasividad o fatiga política es en realidad, sostienen Coupat y Hazan, visto desde la perspectiva adecuada, desde fuera del sistema, un proceso activo de «destitución». La insurrección ya se está produciendo, al menos como rechazo inarticulado de la política «propiamente dicha». Coupat y Hazan hablan de una «deserción interior» que es «difusa pero amplia como un continente». Su propuesta es, por supuesto, intensificar el proceso. En lugar de participar en la política de partidos o intentar infundir sentido a la política en el sentido habitual, debemos profundizar en este colapso, escriben el joven filósofo militante y el viejo editor.

Coupat y Hazan articulan una crítica de la política que podríamos llamar Situacionista, en la que la política es un espectáculo, la democracia el dominio de la representación donde los políticos hacen la performance de la «polític ante votantes pasivos desconectados de cualquier tipo de participación real. En línea con la posición de El Comité Invisible, ambos utilizan un vocabulario Situacionista o de la Autonomía Creativa, y no una crítica más marxista como la que el propio Marx formuló en la década de 1840, en textos como «Kritische Randglossen zu dem Artikel ‘Der König der Preußen und die Sozialreform. Von einem Preußen’» («Notas críticas sobre el artículo ‘El rey de Prusia y la reforma social. Por un prusiano’») donde criticaba la idea de revolución política en favor de la revolución social [3]. Coupat y Hazan se abstienen de utilizar términos más explícitamente marxistas y no se comprometen en una crítica de la separación entre política y economía política, donde una igualdad política formal enmascara la desigualdad social y económica. En su lugar, reelaboran una crítica situacionista de la democracia, en la que los partidos opuestos de la política parlamentaria se muestran confabulados y representan un espectáculo cuya función es transformar a la gente en votantes desprovistos de cualquier tipo de agencia a la hora de cambiar el mundo. Las elecciones no son más que trampas para tontos, como dijo Sartre en 1973 [4].

Coupat y Hazan están hartos de los procedimientos «políticos» habituales, de estar a favor o en contra de tal o cual candidato, a favor o en contra de tal o cual ley, y proponen en su lugar emprender lo que denominan un proceso de destitución, en el que uno se abstiene de participar en un sistema cuya función principal es claramente la preservación del statu quo. Ha llegado el momento de hacer algo diferente, de romper con la rigidez de la política moderna; no se trata de constituir algo, sino de desechar, de ridiculizar el gesto vacío de votar y de abandonar la esfera pública política. Y esto ya está ocurriendo en todo el mundo, según Coupat y Hazan. No constitución, sino destitución. No es «un ataque, sino un movimiento de retirada continua, una destrucción atenta, suave y metodológica de cualquier política que planee sobre el mundo sensible».

Coupat y Hazan no entran realmente en una discusión detallada de la noción de destitución en su llamamiento, prefiriendo avanzar en una crítica de la política y la democracia nacional francesa, pero el término juega un papel central en À nos amis (A nuestros amigos), el segundo libro de El Comité Invisible que se publicó en 2014 [5]. Allí, la destitución se describe como el intento de salir del círculo vicioso del poder constituyente y constituido, donde la revolución siempre acaba creando un nuevo poder. El proyecto revolucionario debe abstenerse de establecer un nuevo soberano. La revolución debe ser repensada como destitución, donde se priva al poder de su fundamento sin erigir uno nuevo. La destitución es, por tanto, un intento de deshacer tanto el momento constituyente que crea un nuevo orden como el momento restaurador que repara e intenta recrear las conexiones entre lo constituyente y lo constituido, la constitución preexistente. El problema es, por supuesto, que tanto el poder constituyente como el constituido son represivos y de forma más o menos inmediata reclaman algún tipo de defensa y persecución de los enemigos de la constitución. Se trata del callejón sin salida del que ya hablaba Walter Benjamin en su «Kritik der Gewalt» («Crítica de la violencia»),donde se preguntaba cómo podríamos desbloquear el estrecho entrelazamiento de la ley y la violencia [6]. Se trata de desplegar maneras de vivir en las que la ley y el poder (constituyente y constituido) ya no tengan el monopolio de la definición de la vida, el mundo y sus objetos. ¿Cómo crear un poder político que suspenda el poder de la ley sobre la gente y, en cambio, haga posible hacer algo diferente sin recrear un orden político determinado?

Esta es la ambiciosa tarea que se han propuesto Coupat y el Comité Invisible. Lo hacen combinando ultraizquierdismo y situacionismo con grandes dosis de Foucault. Esta mezcla a veces acaba en algunas pendientes resbaladizas donde no siempre está claro lo que el Comité quiere decir cuando escribe sobre el poder contemporáneo, ya sea el sistema capitalista contemporáneo o el poder como cibernética, una figura basada en la red casi omniabarcadora pero invisible con una P mayúscula. No siempre está claro en el análisis cómo llegamos de la acumulación de capital a la soberanía, de la creación de plusvalía a las exclusiones del Estado nación. El proyecto, por supuesto, es siempre bloquear el poder (el capital y el Estado), o deslizarse de alguna manera fuera de sus mallas, desapareciendo de sus mapas.

El intento de pensar la destitución es un esfuerzo colectivo en curso que ya se está probando y poniendo en práctica en Francia e Italia en la construcción de comunas autónomas, la más famosa de las cuales es la «zone à défendre» [ZAD] en Notre-Dame-des-Landes, a las afueras de Nantes, donde la gente está bloqueando la construcción de un nuevo aeropuerto. El Comité está muy implicado en esta lucha. La parte más «teórica» del desarrollo de la noción de destitución es también un proceso colectivo —À nos amis circuló entre un gran número de lectores antes de ser terminado y enviado a imprenta— en el que también participa, entre otros, Giorgio Agamben. Agamben ha retomado recientemente el término y lo ha desplegado en el último volumen de la serie Homo sacer, L’uso dei corpi (El uso de los cuerpos) [7].

Agamben utiliza el término más o menos del mismo modo que el Comité, describiendo una operación negativa que desactiva las distribuciones existentes y deshace la ley y sus separaciones. La destitución es un acto destructivo en el que uno bloquea el poder utilizando lo que tiene a mano para hacer sitio a otra relación con el cuerpo vivo. Mientras que À nos amis es una especie de compte rendu de los nuevos ciclos de revueltas que previeron en su primer libro La insurrección que viene (2007), Agamben se dedica principalmente, por supuesto, al análisis filosófico de la soberanía, donde la destitución se convierte en otro término para in-operancia o forma-de-vida, intentos de describir la apertura o resistencia original del ser humano hacia predicados o definiciones. La in-operancia es a la vez una operación de desactivación y el estado final de la humanidad tras la desaparición de la producción y la autorreproducción.

Situación

Nancy se apresura a responder a la llamada de Coupat y Hazan y empieza diciendo que está dispuesto a probar otras formas que no sean las políticas habituales. Pero se apresura igualmente a dar la voz de alarma ante la naturaleza del término que Coupat y Hazan presentan como nuevo reclamo. Nancy se resiste a seguir el camino de los «términos negativos». Está totalmente de acuerdo con Coupat y Hazan sobre la quiebra de las elecciones y de la política de partidos, es necesario dejar de ser «cómplices de la farsa política». Escribe: «Somos muchos los que sabemos más o menos claramente que la política ha sido derrotada, disuelta en el comercio, en la Bolsa y sin duda también en mutaciones aún más profundas que estas cifras frecuentemente mencionadas». La política ha muerto. Nancy está totalmente de acuerdo con Coupat y Hazan. Pero, ¿qué hacer entonces? Nancy duda, no está seguro de que la propuesta de Coupat y Hazan sea la correcta. La destitución está llena de problemas según Nancy. No sólo es demasiado negativo, sino que es el último de una larga lista de conceptos negativos que casi inevitablemente acaba confirmando lo que se proponía cuestionar. «Sabemos muy bien que rebajar [démarquer] algo de lo que quieres deshacerte muy a menudo corre el riesgo de hacerlo más vendible [remarquer] ». El peligro de la recuperación es enorme, advierte Nancy. La destitución sigue estando demasiado ligada a la esfera de la política, escribe, el soberano es precisamente destituido por el pueblo. Permanecemos en el marco de los mismos procedimientos políticos. Aunque Coupat y Hazan no se apoyen en sus términos, la operación sigue siendo la misma, es la misma función, escribe Nancy. Y se trata de una función política. La destitución «exige la constitución de una autoridad suprapolítica». Nancy advierte contra el hecho de plantear «todas las cuestiones que tienen que ver con la constitución de poderes y la institución de imaginarios».

Destitución no es la palabra adecuada; permanece en el marco de la negación y la sustracción, escribe Nancy. En algunos puntos es algo opaco y no desarrolla esta crítica de la negación, pero sería razonable suponer que se refiere a la trágica historia del movimiento revolucionario en el siglo XX. Las largas listas de intentos fallidos de crear un mundo diferente, desde Rusia 1917 a Berlín 1919, Barcelona 1936, Budapest 1956, etc. Cada uno a su manera, estos acontecimientos llegan hasta nosotros con una fuerte dosis de desesperación, sus promesas y esperanzas aplastadas por las fuerzas contrarrevolucionarias o puestas patas arriba por los propios revolucionarios. Las visiones de la tradición revolucionaria resultaron ser proclives a prácticas políticas extremadamente violentas en el periodo comprendido entre 1917 y 1989. La destitución corre el riesgo de devolvernos a estas visiones de un mundo por venir, o más exactamente a una tarea negativa por emprender, evocando imágenes de gestos destructivos y maniobras violentas. Los intentos de crear un mundo nuevo ex nihilo no sólo nunca tuvieron lugar, sino que siempre desembocaron en una brutalidad y un sufrimiento extremos, como ha argumentado Nancy en La communauté désœuvrée (La comunidad inoperante)[8]. Nancy se muestra escéptico ante cualquier intento de eliminar todos los obstáculos para erigir una nueva estructura, y la destitución se parece mucho al último movimiento negativo del repertorio de gestos revolucionarios destructivos, que tan a menudo resultaron ser una horrible inversión del propio terror modernizador del capital, como parte integrante de la modernidad capitalista a la que se oponía a medias, que encarnaba a medias.

El problema sin duda también tiene que ver con la dificultad de distinguir entre posiciones, desde los años 30 sabemos lo fácil que es escenificar a los revolucionarios como fascistas, como hicieron los estalinistas con los anarquistas y el POUM en la guerra civil española. Hoy en día esto tiene lugar en el marco del estado de emergencia y la guerra contra el terror, donde los movimientos antisistémicos están siendo etiquetados como terroristas. Ya antes del 11-S este era el orden del día cuando el estado italiano atacó duramente al movimiento altermundista en Génova en julio de 2001, donde Carlo Giuliani fue tiroteado y posteriormente atropellado por la policía. Hay que tener en cuenta la capacidad del orden dominante para complicar o distorsionar la perspectiva revolucionaria; Nancy conoce bien la función de la mentira en la confrontación entre fuerzas revolucionarias y contrarrevolucionarias. La mentira hace muy difícil avanzar o presentar cualquier tipo de posición revolucionaria. Los acontecimientos en el norte de África y Oriente Próximo son elocuentes al respecto, desde la alianza entre la mezquita y el ejército en Egipto, que se rompió sorprendentemente rápido y dejó al ejército y al antiguo régimen en el poder, hasta el intento de Assad y Putin de transformar la revolución siria en una guerra civil con líneas de fractura extremadamente complicadas en la que gran parte de la llamada oposición adoptó una forma islámica. La mentira es probablemente una de las razones de la cautelosa respuesta de Nancy.

Es complicado, advierte Nancy a Coupat y Hazan. ¿Quién sabe lo que ocurrirá cuando desatemos las furias? Muchas veces en la historia, los proyectos revolucionarios se convirtieron en más violencia y más miseria para los desdichados de la tierra. En la respuesta de Nancy también se esconde una perspectiva humanitaria. Siempre es importante evitar la violencia y más sufrimiento.

Hay que criticar la política y dejar de reproducir el espectáculo democrático. Nancy está de acuerdo con Coupat y Hazan en esto, pero se resiste a ir más allá. O al menos a seguirles en el proceso transformador que emprendieron. Qué significa destitución, se pregunta. La destitución es derrocamiento y evasión. Es un proceso de destrucción. Así pues, de-stitution no es más que la última entrada en las largas listas de palabras que empiezan por de-, escribe Nancy mencionando de-construction, dés-œuvrement o dis-sensus. Todas ellas son palabras negativas que con demasiada facilidad pierden su poder cuando se desconectan del uso específico que Derrida, Blanchot y Rancière hicieron de ellas en sus análisis particulares.

«Las palabras pierden rápidamente su poder», escribe Nancy, advirtiendo del peligro de convertirlas en programas. Derrida advirtió contra el uso de la palabra deconstrucción, dice Nancy, y haríamos mal en desestimar su prudente enfoque.

La crítica de Nancy al análisis de Coupat y Hazan, o su reticencia a pasar de la crítica de la política a la destitución es interesante, y en muchos aspectos perfectamente comprensible. Como Nancy ha mostrado en varias ocasiones, la última en el recientemente publicado Que faire? (¿Qué hacer?) (2016), la necesidad de hacer algo nos obliga, está en boca de todos, tenemos que hacer algo[9] Efectivamente, hay mucho que hacer, mucho que deshacer o hacer de otra manera. Pero la tentación de hacer algo, el deseo revolucionario, la necesidad de hacer algo o cualquier cosa, advierte Nancy, a menudo no sólo corre el riesgo de excluir la cuestión antes incluso de que se haya planteado, sino que a menudo acaba incluso consolidando lo que había que deponer en primer lugar.

De acuerdo con su planteamiento deconstructivo, Nancy insiste en la necesidad de repensar la noción de política más allá de cualquier tipo de programa o proyecto en el que ya conocemos la respuesta a la pregunta (o incluso lo que la pregunta plantea), como si el mero hecho de preguntar «¿qué hay que hacer?» supusiera tener la respuesta preparada. Como si sólo fuera cuestión de ponerse manos a la obra, de realizar el programa político.

Hoy carecemos de programa y, para bien o para mal, carecemos de la seguridad en sí mismo que Lenin podía exhibir en 1902, cuando se trataba de los medios adecuados para alcanzar un objetivo ya enunciado y claramente definido, a saber, la abolición del capitalismo y el advenimiento del socialismo y de una distribución diferente de los bienes materiales. Hoy nos encontramos en una situación diferente, sostiene Nancy, sin la confianza que tenía Lenin. Hegel ha salido, por así decirlo, por la tienda de regalos, el proletariado ha desaparecido o al menos se ha escondido. Ése es el reto. No hay respuestas listas para ser aplicadas; el paso del pensamiento a la acción es cualquier cosa menos sencillo. Transformar el mundo no puede consistir en realizar una interpretación ya dada del mundo, repite Nancy. Es importante evitar el discurso teleológico implícito en la pregunta «¿qué hay que hacer?», en la que hemos terminado de analizar y ahora debemos pasar a la acción.

Nancy se encuentra en una posición en la que intenta ser afirmativo a la pregunta, pero al mismo tiempo la desplaza, intentando introducir o situar una dimensión abierta en la pregunta, en la que tanto el «pensar» como el «hacer» se mantienen de algún modo abiertos, despejando el camino para una especie de responsabilidad infinita por el mundo ya existente. Esta es la razón por la que Nancy termina su respuesta a Coupat y Hazan escribiendo que el proceso ya está en marcha. Se trata de ser responsable ahora y ante el aquí y ahora, de estar presente en el presente, por así decirlo. Ser afirmativo a la apertura de la situación, liberarse de las ataduras del pasado y abrirse a la incertidumbre del futuro. Esta es la libertad para Nancy, no como proyecto político sino como condición existencial. Este es el existencialismo de Nancy, y parece apropiado que termine su breve respuesta proponiendo sustituir el término «destitución» por dos términos que desempeñaron un papel importante en el existencialismo de Sartre, a saber, «situación» y «compromiso»[10]: «Prefiramos, pues, hacer algo diferente. Ni destituir, ni constituir, ni restituir. No es ni suficientemente claro ni suficientemente vivo. Me gustaría decir, por su resonancia, que bastaría con ‘situar’. Pero eso sería nostálgico (hasta la muerte/suficiente para matar). Intentemos simplemente, ya que se trata de un llamamiento, responder, lo que en buen latín significaría comprometerse». Esto es lo más lejos que Nancy está dispuesta a ir. La destitución es ir demasiado lejos. La destitución depende del derrocamiento del soberano, no puede sino estar contaminada por la instancia de la que quiere deshacerse.

Urgencia

Nancy afirma la crítica de Coupat y Hazan tanto de la situación política en Francia como de la política en general, pero, sin embargo, se desmarca del proceso que parece haber sido iniciado por el gesto de Coupat y Hazan, donde la destitución, según Nancy, permanece de alguna manera unida al ímpetu negativo que hay que desplazar. Nancy teme que este proceso termine en una especie de salón de espejos, donde el acto destituyente recrea una autoridad (que puede destituir o excluir como un nuevo soberano). Para Nancy es crucial que el infinito no se transforme en un programa o una obra. Si hay una especie de comunismo en Nancy es un hecho, algo existente, no es algo que haya que realizar o poner en un programa. El riesgo es que no ocurra nada, que se pierda la apertura, que su análisis de las condiciones ontológicas siempre posponga simplemente «¿qué hay que hacer?» Que la pregunta sea siempre a la vez afirmada «sí, hay que hacer algo», «hay que crear el mundo hoy» y deconstruida y por tanto suspendida porque todas las identidades son programas o œuvres violentas.

¿Qué ocurre entonces con la coyuntura histórica? Es importante señalar que la respuesta de Nancy fue escrita antes de que comenzara el movimiento Nuit Debout, pero las autoridades francesas ya estaban inmersas en una guerra civil de baja intensidad, con la llamada crisis europea de los refugiados en pleno apogeo. Así que el tiempo apremia, «nous sommes dans l’urgence» (estamos dentro de la urgencia), como escribió en una ocasión Lacoue-Labarthe, buen amigo de Nancy[11].

«El aire del tiempo es chispeante», escribió Paul Valéry en «Le cimetière marin» («El cementerio marino»), sugiriendo que el tiempo siempre está creando chispas que difieren en tamaño y dirección según la situación, por lo que puede haber algo emergente o apremiante en una situación histórica concreta[12] Tenemos que actuar y actuar ahora. Estamos respondiendo a algo urgente (y no sólo construyendo hacia el futuro, «recreando» lo político, como diría Nancy). Hay tareas que es imposible rechazar, en las que hay que tomar partido y elegir bando, hay una barricada y sólo hay dos bandos en el conflicto (hay, por supuesto, un montón de posiciones diferentes, pero a la hora de la verdad, es una cuestión de a favor o en contra de la revolución).

Marx hablaba de estas tareas como «las tareas de la época» [die Aufgaben der Zeit][13] Y como sabemos por los testimonios de los revolucionarios (la Comuna de París, Rusia 1917, la Guerra Civil Española, la Revolución Siria, etc.) existe una temporalidad particular en los procesos revolucionarios. Es como si el tiempo se volviera diferente. En su obra Blood of Spain, Ronald Fraser cita a un revolucionario que compara la revolución con el dolor de muelas: «No comes, apenas duermes, olvidas dónde has estado, qué has estado haciendo»[14].

Compromiso

El intercambio entre Coupat y Nancy recuerda un diálogo anterior sobre el compromiso y la política revolucionaria en la filosofía francesa. En 1971, Jacques Derrida escribió una carta a Jean Genet en respuesta a su intento de movilizar a los intelectuales franceses en apoyo del Pantera Negra encarcelado George Jackson, juzgado por disparar a un guardia de prisiones mientras cumplía condena por conducir el coche en la fuga de un atraco a una gasolinera de setenta y un dólares. Jackson había sido condenado «de un año a cadena perpetua» siguiendo las directrices sobre condenas indefinidas vigentes en California en aquella época. Genet llevaba unos años participando activamente en la lucha de las Panteras Negras contra el Estado opresor y racista de Estados Unidos y rápidamente organizó una petición en apoyo de Jackson, exigiendo no sólo su liberación y el fin de la represión del Partido de las Panteras Negras, sino también el fin de la supremacía blanca. Jackson era un preso político y debía ser liberado, escribió Genet en la petición. Derrida firmó la petición al igual que otros intelectuales franceses, entre ellos Marguerite Duras y Maurice Blanchot, pero también escribió una carta a Genet analizando la petición y la posición de enunciación de los firmantes. Derrida no estaba seguro de que la petición fuera lo correcto[15].

Temía que Genet, él mismo y los demás en París estuvieran simplemente repitiendo el mismo proceso de subjetivación del que Jackson había sido víctima en primer lugar; eran Genet y Derrida los que estaban hablando, no Jackson. Como escribió: «Con las mejores intenciones del mundo, con la más sincera indignación moral ante lo que, en efecto, sigue siendo insoportable e inadmisible, ¿se podría entonces volver a encerrar lo que se quiere liberar?»[16] Derrida temía que la petición no fuera más que una condena habitual, casi ritual, en la que los intelectuales franceses pudieran expresar su crítica a algún acontecimiento del mundo con la conciencia tranquila.

El «sí, por supuesto, pero…» de Derrida plantea una cuestión de enorme importancia sobre el riesgo de excluir el movimiento crítico o emancipador con el que uno se solidariza y que desea que se produzca. Pero Derrida también está peligrosamente cerca de tirar de la manta bajo el compromiso político, dejándolo a salvo dentro de la filosofía, prefiriendo hacer otra ronda de análisis deconstructivo de las trampas del compromiso radical. La lectura minuciosa y sensible de las posiciones de habla —¿hablamos nosotros, Genet y Derrida, en nombre de Jackson? — y los contextos —¿cómo se relaciona París con Estados Unidos y su sistema penitenciario? — se acercó a una especie de parálisis en la que Derrida pudo abstenerse de hacer nada.

La respuesta de Nancy a Coupat y Hazan es extrañamente similar a la respuesta de Derrida a Genet. No tenemos realmente las mismas complicaciones enunciativas, quién habla por quién y dónde, en el intercambio entre Coupat y Hazan y Nancy. Pero, al igual que Derrida, Nancy duda; por supuesto, al igual que Derrida en 1971, intenta ser a la vez afirmativo —estoy contigo, estoy con el movimiento— y crítico, subrayando la necesidad de analizar los términos que proponen Coupat y Hazan. Tenemos que hacer algo, pero… Responderé a su llamada y me uniré a la discusión, tratando al mismo tiempo de dar un paso atrás. No hay duda de que sigue siendo importante analizar las condiciones de posibilidad de emprender actividades políticas, pero no hay que permitir que el cuestionamiento filosófico posponga para siempre el posicionamiento revolucionario. Y siempre hay un mal momento en los procesos revolucionarios — basta con ver los acontecimientos de 2011, donde los movimientos europeos y estadounidenses nunca fueron capaces de recoger el testigo de las masas insurgentes en el norte de África y Oriente Medio.

Derrida sin duda tenía razón al preguntarse si Genet y él mismo se dedicaban a una especie de «fanfarronería crítica», denunciando el sistema penitenciario estadounidense y su uso de la violencia contra los revolucionarios negros desde la seguridad de París. Pero eso no eliminaba la necesidad de implicarse, esa es al menos la respuesta de Genet. Y tenía razón. La deconstrucción del compromiso político es necesaria, pero no elimina su urgencia; sigue siendo necesario luchar, resistir, y esto siempre tendrá lugar en términos inciertos o en un entorno hostil. El momento esencializador no puede aplazarse eternamente[17].

Es una cuestión de tiempo. Y los tiempos nos obligan a tomar partido. Los Estados nacionales de Europa Occidental están ocupados en mantener fuera de Europa a las masas que huyen de Siria y de otros lugares, protegiendo la soberanía nacional que los legitima. Pero cada vez más jóvenes de países de renta alta como Francia denuncian el sistema de Estados nación occidentales que solo es capaz de prohibir la entrada a refugiados y solicitantes de asilo. En ese contexto, la destitución no es una mala posición. Cómo llegar desde ahí a la negación del capital sigue siendo una verdadera incógnita, pero desplazar la soberanía del Estado-nación equivaldría a media revolución (y en Europa occidental ya sería bastante).

Copenhague, 15 de mayo de 2016 Gracias a Carsten Juhl, James Day y Jason E. Smith por sus sugerencias y comentarios.

REFERENCIAS

1. Jean-Luc Nancy, “Pour répondre à l’appel de Julien Coupat et d’Eric Hazan”, in: Libération, 11 February, 2016, http://www.liberation.fr/debats/2016/02/11/pour-r epondre-a-l-appel-de-julien-coupat-et-d-eric-hazan_1432682

2. Julien Coupat and Eric Hazan, “Pour un processus destituant: Invitation au voyage”, in: Libération, 25 January, 2016, http://www.liberation.fr/debats/2016/01/24/pour-u n-processus-destituant-invitation-au-voyage_1428639

3. Karl Marx, “Kritische Randglossen zu dem Artikel ‘Der König der Preußen und die Sozialreform. Von einem Preußen’” [1844], in: idem: MEW. Band 1 (Berlin: Dietz Verlag, 1976), 392-409.

4. Jean-Paul Sartre, “Élections, piège à cons” [1973]. Situations X. Politique et autobiographie (Paris: Gallimard, 1976), 75-87.

5. Comité invisible, À nos amis (Paris: La Fabrique, 2014).

6. Walter Benjamin, “Kritik der Gewalt” [1921], in: idem: Gesammelte Schriften, Vol. II.1 (Frankfurt: Suhrkamp, 1991), 179-204.

7. Giorgio Agamben, L’uso dei corpi (Vicenza: Neri Pozza, 2014).

8. Jean-Luc Nancy, La communauté désœuvrée (Paris: Christian Bourgois, 1986).

9. Jean-Luc Nancy, Que faire? (Paris: Galilée, 2016). Nancy has previously written about the ‘what is to be done?’ question: “‘What is to be done?’” [“‘Que faire?’”, 1996 (unpublished in French)], in ed. Simon Sparks, Retreating the Political: Philippe Lacoue-Labarthe and Jean-Luc Nancy (London & New York: Routledge, 1997), 157-158.

10. A few years ago Frédéric Neyrat wrote a short book on Nancy’s “communist existentialism”: Le communisme existentiel de Jean-Luc Nancy (Paris: Lignes, 2013).

11. Lacoue-Labarthe was addressing the rise of Front National and the right-wing resurgence in Europe in the mid 1990s. See Philippe Lacoue-Labarthe, “Nous sommes dans l’urgence”, in: Lignes, no. 31, (1997), 78-87.

12. Paul Valéry, “Le cimetière marin” [1922], in: idem: Œuvres I (Paris: Gallimard, 1957), 148.

13. Karl Marx, Der achzehnte Brumaire des Louis Bonaparte [1852], in: idem: MEW. Band 8 (Berlin: Dietz Verlag, 1972), 116.

14. Ronald Fraser, Blood of Spain: An Oral History of the Spanish Civil War (London: Pimlico, 1986), 141.

15. Derrida’s letter to Genet has not yet been published in its entirety but in two different extracts: “Letter to Jean Genet (Fragments)” [“Lettre à Jean Genet”, 1971], in: Jacques Derrida, Negotiations: Interventions and Interviews, 1971-2001 (Stanford: Stanford University Press, 2002), 41-45; and “Jacques Derrida à Jean Genet“, in: Magazine Littéraire, no. 464, (2007), 96-97. I attempted an analysis of the exchange between Genet and Derrida in Mikkel Bolt Rasmussen, “Yes of course, but… Derrida to Genet on Commitment in favour of Jackson”, in: New Formations, no. 75, (2011), 134-147.

16. Jacques Derrida: “Letter to Jean Genet (Fragments)”, 42.

17. This is, of course, a riff on Spivak’s remarks on the “strategic use of positivist essentialism in a scrupulously visible political interest” from “Subaltern Studies: Deconstructing Historiography” [1985], in: idem: In Other Worlds: Essays in Cultural Politics (London & New York: Routledge, 1988), 205.