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ÉXODO HACIA LAS FORMAS SENSIBLES

 

 

A continuación una traducción que nos ha hecho llegar un amigo. Publicada en ENTÊTEMENT el 28 de marzo.

Éxodo hacia las formas sensibles

«Esclavos, no maldigamos la vida»

Arthur Rimbaud, Mañana

«Vivir es poder vivir algo hasta el final»

György Lukács, El alma y las formas

 

La civilización, esa enfermedad

«¡La civilización todo lo corrompe!»

Honoré de Balzac, Teoría de los andares

La estabilización de la realidad, tal es la angustia profunda que funda la era civilizatoria de Occidente. Occidente se erige sobre la voluntad de acaparar lo que ya no se puede sentir. La carencia es la sustancia esencial de lo civilizado, y su única realización posible es reinar sobre los cadáveres. Ya no es cuestión de aferrarse a lo que anima una vida, sino de someterse a la inclinación de una supuesta Salvación. La Iglesia es una de las realizaciones de este paradigma: retener a su rebaño en la obra de su propia salvación eterna. La vida debe estabilizarse como condición primordial para la puesta en escena de un tiempo abstracto más allá de cualquier comprensión ética. Desde entonces, vivir se resume a un vano esfuerzo por curar las heridas de la civilización. No hay sanación posible bajo el yugo de la civilización, sólo una patologización constante de la vida. Es todo lo contrario. Cada subjetividad del capital se complace entonces con su pequeña enfermedad ficticia como nuevo modo de dominación social. Se ve surgir de la nada el bando del Bien, cuyos militantes quieren salvar de su derrota a una humanidad obnubilada mediante el goce estético de su propia destrucción. Los colectivos y las comunidades de cuidados son las últimas estratagemas en las cuales los activistas pueden por fin ejercer su pequeño poder por el bien común. Lo único que se consigue con ello es aplastar a las buenas almas hasta subsumirlas totalmente. «Reinar es cuidar», diría Jacques Camatte. De la Iglesia a las instituciones, su objetivo es producir súbditos como justificación de su necesidad de existir. La función de la institución es organizar la amputación de la autonomía de una vida singular, volverla indisociable de la economía que estructura el entramado de la civilización. Curarse de esta enfermedad que es la civilización reclama partir de un deseo propio de curarse, a fin de tomar partido por un éxodo espiritual y, además, material. La palabra éxodo proviene del griego antiguo εξοδος, que significa vía de escape, o salida. Ya en los años veinte, Erich Unger sugería el éxodo, en su libro Politik und Metaphisik, como posible salida de la catástrofe de la civilización. Un éxodo hacia las formas sensibles, aquellas que la empresa ocidental ha ocultado bajo el continuum lógico de la historia.

Forma y hábitos

«La forma es la paradoja que ha tomado cuerpo, la realidad de la experiencia vivida, la verdadera vida de lo imposible (imposible en el sentido de que los componentes son absoluta y eternamente opuestos y que su reconciliación es imposible). Pues la forma no es la reconciliación, sino la guerra llevada a la eternidad, los principios en lucha»

György Lukács, Correspondance de jeunesse: 1908-1917

En uno de sus tratados políticos, Balzac escribió: «Todo es forma, y la vida misma es una forma». La vida es una forma compuesta por una multiplicidad de formas que definen su modo de vida singular. Una vida sólo puede ser singular; los vínculos que unen las formas entre ellas constituyen su propia singularidad. Así pues, toda vida es una unidad metamórfica de relaciones formales. Captar las formas es romper con cierta tradición filosófica que ha permitido la reducción de la forma a la pura apariencia. Aby Warburg ya había señalado esta reducción como la separación entre la forma y su contenido. Para él, tal cosa apenas es posible. No se puede separar una forma de su contenido porque tal separación amputa la carga emocional, propia de una forma. Lo sensible quedaría por tanto desterrado. Así pues, una forma es siempre una pura manifestación de experiencias vividas, un plano de realidad parcial y partidista, determinado por su propia experiencia de la verdad. Cada forma se constituye por una experiencia del tiempo vivido: un ritmo se despliega en ella. «El ritmo es la melodía secreta de las cosas y todo en la naturaleza canta» (Pierre Montebello, L’Autre Métaphysique). Ser afectado por una forma es experimentar su ritmo como un encuentro de elementos dinámicos. El choque de este encuentro crea un plano de metamorfosis en el que los hábitos se expresan. El ritmo de una forma impone pues hábitos. Un hábito es una práctica del habitar y cada forma es un lugar donde situarse. La emergencia de toda forma coincide con dos elementos singulares, entre una situación y una necesidad. Un buen ejemplo de forma es la iconografía de Warburg. Su concepción de la iconografía nace de la necesidad de un «diagnóstico del hombre occidental». Ya no es cuestión de producir una identificación de un tema y sus fuentes, sino de captar un problema histórico y ético ligado a esta necesidad. Se traba una relación entre la forma y el alma. La disposición del alma al modo de ser de la forma determinada por su temporalidad implica la expresión de hábitos.

La melodía de las formas

«Las invenciones de lo desconocido reclaman nuevas formas»

Arthur Rimbaud, Carta a Paul Demeny del 15 de mayo de 1871

La forma deviene un lugar donde el alma se expresa a través de esta relación. Por alma se entiende la totalidad concreta de las facultades de un ser, el contacto íntimo entre zoè y bios. Un espacio en el cual se vive nuestra propia singularidad. La actitud que demuestra la existencia de un alma reside en su capacidad para negarse a aceptar como verdadero el estado de cosas. Así pues, toda forma está habitada por una o más almas. La forma está animada por la singularidad situada en su seno. El ritmo inherente a la forma da color a la experiencia vivida. Una autonomía de las formas está en constante elaboración a través de la multiplicidad de temporalidades rítmicas. Occidente, como entidad metafísica, rechaza tal autonomía. La lógica occidental ha necesitado de una subsunción de las formas para instituir su perpetuación frente a la inestabilidad de la autonomía de las formas. No en vano los Padres de la Iglesia hicieron todo lo posible por ocultar las formas que les preexistían. Uno de los métodos para lograr ocultar o aniquilar una forma consiste en instituirla. La metodología del instituir corresponde a un cisma de la forma, una separación entre su modo de ser y su modo de actuar. De ahí que toda institución sea una Iglesia menor que separa para reificar según su objetivo: persistir en gobernar por toda la eternidad. No es una fatalidad que la mayoría de nosotros seamos criaturas del Imperio cristiano. La verdadera fatalidad es la creencia en esta percepción según la cual la vida debe estar regida por un principio unificador capaz de poner orden allí donde, sin embargo, todo se desborda. Porque todos nosotros hemos experimentado claramente en algún momento cómo emergían formas e incluso el situarnos en su órbita, ya se trate de una relación amorosa, de una revuelta o de un bar clandestino. Experimentar la autonomía de las formas no es estar en contra de la institución, sino tomar distancia, huir constantemente de ella. Es necesario abandonar esta percepción truncada de lo sensible a fin de oír, sentir, ver y tocar esta «melodía de la vida» (Rainer Maria Rilke, Notas sobre la melodía de las cosas). La melodía de la vida es una autonomía de las formas.

Perspectivas del éxodo

«No hay línea de meta, sólo existe el presente. Nosotras somos el pasado oscuro del mundo, nosotras realizamos el presente»

Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel

A partir de su ética, puede establecerse un proceso entre las formas de manera que se dibujen los contornos de una «estrategia de la separación» (Michele Garau). Los trazos de cada contorno implican un método situado, a fin de posibilitar una salida de la normalidad del estado de cosas. En otras palabras: deshacerse de la normalidad capitalista. Desertar el bloque merdoso de las relaciones sociales en el que se inscribe la vida. El éxodo es una potencia de sustracción ligada a la complicidad con una sensibilidad. Esta potencia no obedece en ningún caso a la relación dialéctica de lucha ni al lenguaje determinado por el adversario, sino que busca los medios de sustraerse. Renuncia a los juegos de comunicación y a la representación de los Tute Bianche 2.0, y se esmera en cambio en la consolidación del incremento de su propia potencia. En otras palabras: leer los movimientos del adversario sin por ello ceder a la táctica y saber atacar en el momento decisivo, es decir, según su propia temporalidad, no la del adversario. «Los propios revolucionarios, sin duda por decisión táctica –pero la táctica se convierte rápidamente en una segunda naturaleza, y la estima sigue al tener miramientos, y la simpatía cómplice al respeto manifiesto– los propios revolucionarios materialistas han considerado posible y bueno, en circunstancias que son históricas, tolerar tal vecindad*» (Dionys Mascolo, Nietzsche, l’esprit moderne et l’Antéchrist). Las relaciones de vecindad son relaciones económicas en las que no se comparte la sensibilidad. La estrategia de la composición es otro nombre para la estrategia de vecindad, que implica hacer concesiones para mantener unido al rebaño, pero esta misma concesión transforma gradualmente la ambición de la estrategia: o bien implosiona por sí misma, o bien se convierte en el arte de gobernar. Aquí, la máxima de Saint-Just conserva toda su pertinencia: «el arte de gobernar no ha producido más que monstruos». Una estrategia de la separación, o cismática, se burla del chantaje representativo del que la izquierda es la quintaesencia. Se vincula con gusto a las canciones de la experiencia, y no se tiene por vanguardia, porque mantiene su cabeza firme sobre los hombros. Tiende a formar una potencia sensible más allá de las fronteras sociales, capaz de encontrar a los desertores ocultos en la máquina, para mantener la conspiración sin representación y extender la trama del plan conspirativo. Para ello, hay que prestar una especial atención a la emergencia de formas, como los «no-movimientos», y percibir las sensibilidades éticas compartidas.

No hay prisa. Ceder al imperativo de la urgencia es ceder nuestra potencia, ceder cualquier posibilidad de desplegar nuestra propia temporalidad. Las condiciones económicas estrechan su cerco y el espacio de resistencia se reduce cada vez más. La propuesta del Comité Invisible sobre las estructuras agujereadas parece permitir la creación de focos de resistencia a la ofensiva económica y enmascarar el impulso de las diversas relaciones conspirativas. «La estructura agujereada extrae su sentido no de aquello que comunica sino de aquello que mantiene en secreto: su participación clandestina en un propósito político mucho más vasto que ella, el uso para fines económicamente neutros o incluso insensatos, pero políticamente juiciosos, de medios que, en cuanto estructura económica, ésta aspira a acumular sin fin» (Comité Invisible, Ahora). Esta propuesta de estructura se sitúa sobre una peligrosa, pero sin embargo juiciosa, cuerda floja. Sin duda, esto requiere un cierto arte del equilibrio pero lo mejor es intentarlo con algo que nos guste hacer, esta es ciertamente la única manera de evitar tropezar con la alfombra del orden económico. Desde esta perspectiva de estructura, una forma puede aumentar una potencia sustractiva con la construcción de la universitas cosmotécnica. Esto dista mucho de una universidad como lugar donde se encuentran el conjunto de los saberes. La universitas cosmotécnica, como lugar, se sitúa en un plano comunitario donde se perfecciona una exigencia de la atención al conjunto de técnicas que determinan su mundo, pero también su propio modo de ser. Dicho de otra manera, la universitas cosmotécnica se ocupa de prestar atención a la íntima relación de la unidad real de la vida comunitaria con la determinación de las condiciones técnicas de dicha unidad. Una manera de ordenar materialmente el éxodo hacia las formas sensibles.

«Sabemos que estamos de paso y que después de nosotros no vendrá nada digno de mención»

B. Brecht, Balada del pobre

 

Owen Sleater


* Vecindad entendida en el sentido de «cualidad de próximo o cercano» y no necesariamente referida a la «circunstancia de ser vecino de cierto sitio».  [N. de T.]