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PRECISIONES AL «LLAMAMIENTO»

Traducimos aquí la introducción a la (re)edición (2023), a cargo de la editorial Divergences, del texto anónimo «Llamamiento» (2003) con motivo de los veinte años de su primera publicación «clandestina». «Llamamiento» a la deserción, a la secesión, a sustraerse a la temporalidad de la urgencia –tanto a aquella de la catástrofe como a aquella del activismo–. Esta edición del «Llamamiento», matriz secreta de «La insurrección que viene», va acompañada de otros textos de intervención que datan de la misma época y son presentados por Julien Coupat. La edición francesa se puede encontrar aquí.

PRECISIONES

Impreso por nuestros propios medios en octubre de 2003 y varias veces reimpreso posteriormente, el Llamamiento no ha conocido hasta hoy más que una difusión clandestina, de mano en mano. Ese samizdat[1]de 96 páginas más pequeño que un libro de bolsillo se ha extendido siguiendo líneas de amistad, azarosamente en los encuentros o simplemente en la calle, al modo surrealista, deslizado mientras pasaba al desconocido/a cuya presencia nos había conmovido más allá de las palabras. Con una tirada de unos 6.000 ejemplares en Francia, ha conocido casi inmediatamente traducciones en el mismo formato por amigos ingleses, alemanes y griegos, por no hablar de innumerables versiones piratas que todavía hoy seguimos descubriendo. Era de justicia pues se trataba entonces, para nosotros, de señalar un nuevo comienzo rompiendo con el activismo reinante –el del movimiento antiglobalización– no menos que con la asfixia, ligeramente endogámica, del minúsculo medio autónomo del que proveníamos. El anarco-moralismo de las okupas alternativas nos repugnaba casi tanto como el plácido cinismo envejecido de la ultraizquierda marxistizante. Desde ese punto de vista nada ha cambiado, salvo que el género de patologías existenciales que intentaban entonces desarrollarse plenamente en nichos marginales, se ha propagado a la totalidad de un cuerpo social en descomposición –hasta el punto de que, en algunos casos, se han convertido en las nuevas normas de la socialidad posmoderna, o incluso en directivas ministeriales–.

En 2003, pillados por sorpresa, los círculos radicales no encontraron otro recurso para defenderse del contenido del Llamamiento que apelar, como toda Iglesia que se respete, a la herejía. Inventaron para ello el epíteto «appelista»[2] para sugerir que ellos mismos detentarían no se sabe qué ortodoxia inencontrable –cuando no se convertían directamente en policías al señalar la amenaza «terrorista»–. Se condenaban así a permanecer como espectadores de la extensión continua del «appelismo», desde 2003 hasta el apogeo de 2017, cuando se convirtió, según ellos mismos, en hegemónico. ¿Es necesario precisar aquí que el gesto del Llamamiento –un gesto de deserción, de partida, de toma de partido, un gesto por constituirse separadamente como una fuerza singular que asume su sensibilidad propia e intenta formulársela– se sitúa en las antípodas de toda búsqueda de hegemonía? Quien sabe lo que quiere también se libera del deseo de serlo todo, indistinta, miméticamente. Este malentendido en torno al Llamamiento, en realidad no hace más que delatar la miserable concepción de lo político que anima a sus detractores. Hay que reconocer que la amplia difusión de La insurrección que viene, destinado a popularizar las principales tesis y cuya contraportada no es más que la primera proposición del Llamamiento, habrá contribuido, ciertamente, a su sentimiento de naufragio. La verdad es que la mejor crítica de los llamados «appelistas», ahí donde existen, se encuentra en el Llamamiento mismo. Cualquiera que sepa leer no puede creer sinceramente que los promotores del neoactivismo ecologista serían, en su desesperada huida hacia adelante, «appelistas». Como tampoco semejante web embaucadora de universitarios desconcertados cuyo temor a disgustar y terror a tomar partido por el bando equivocado, ha vuelto virtuosa en el arte de no decir nada, pero en tono desafiante. O esos absueltos por el antiterrorismo que, desde el fondo de sus pueblos, proclaman actualmente en los periódicos su «respeto a las instituciones». A menos, claro está, que designemos como «appelistas» a quienes se empeñan en hacer realidad la pesadilla misma del Llamamiento. Pero eso no son más que escorias del pasado, insignificancias a barrer, banales usurpaciones. Pues viendo cómo su contenido resuena con los tiempos presentes y las imposibilidades en las que se enredan los movimientos actuales, uno se dice más bien que es hora de que el Llamamiento sea leído por fin, incluso midrasheado[3] y, quién sabe, comprendido, y no blandido como un fetiche o un espantajo. A esto querría contribuir la inclusión en este volumen de algunos textos de intervención de los años 2002-2004 que arrojan luz sobre el contenido, y el escándalo.

Con esta primera publicación del Llamamiento se trata de levantar acta de la normalización, para bien y para mal, de lo que hasta entonces era ultraminoritario. ¿Quién compartía, en 2003, «la evidencia de la catástrofe», la práctica del Black Bloc y la necesidad de «establecer desde ya un conjunto de focos de deserción»? ¿A quién le parecía tan crucial «llevar la secesión a las ciencias»? ¿Quién consideraba imperativo deshacer un «liberalismo existencial» que no se materializaba entonces, en todo momento, en una avalancha de aplicaciones? La propia época ya se ha encargado de hacer legible para todos el Llamamiento. Actualmente inencontrable, incluso en internet, ahora que su lenguaje se encuentra en todas partes, amenazaba con convertirse en una especie de pequeño y sucio secreto de familia que unía entre ellos a aquellos que, habiendo detentado esta posición durante mucho tiempo, han encontrado más rentable abandonarla furtivamente, sin llegar no obstante a renunciar al capital político, social y a veces financiero que les había permitido acumular originariamente. O bien con convertirse en una reserva retórica exclusiva donde se va a robar, cortos de inspiración pero no de guiños cómplices, donde se pueden arrancar algunos jirones de frase para hacer un honroso remate a un post, un colofón a un artículo de periodismo alternativo, un título de folleto para la última estafa activista del momento. Incluso un objeto que se expone en el Jeu de Paume[4] o en la biblioteca de Dominique de Villepin –sí, sí, esto se ha visto–. El estatuto clandestino del texto ha permitido sobre todo negar su influencia histórica. Pues sin el Llamamiento, no se comprende bien la crisis de logorrea mundial en torno a la noción de «comunización» que se apoderó de una cierta intelligentsia marxista después de 2004, ni tampoco la urgencia en la que se ha visto Alain Badiou, en un determinado momento, de volver a patentar la «hipótesis comunista».

En 2003, había que abandonar el minúsculo medio autónomo para dar rienda suelta a la autonomía posible a la que apelaba la época. La coyuntura actual requiere, a su vez, una nueva partida, ahora que se ha dejado reabsorber en la izquierda todo aquello que había logrado escapar lejos de ella –es decir, lejos de su pasión por ser siempre derrotada, de su adoración de la totalidad, especialmente social, especialmente biopolítica, de su eterno comercio de indulgencias por el que cada uno se ve obligado a alegar motivos colectivos solo para asegurarse en realidad su pequeña salvación moral y personal–. No hay por qué consternarse por el hecho de que el Capital, en su empresa de colonización del futuro, haya sustituido las promesas de progreso por el chantaje del apocalipsis. Se trata solo de un cambio de signo, no de paradigma. La flecha del tiempo, antaño ascendente, se presenta ahora simplemente como descendente, pero siempre prevalece la misma orientación hacia el futuro, la misma negación de eso que está ahí, el mismo atropello de la presencia, el mismo desgarramiento implacable de la inmanencia ética. En los últimos veinte años, la presión de los desastres ha aumentado manifiestamente, pero esto solo ha hecho más urgente escapar a la temporalidad de la urgencia. Una lectura, incluso superficial, del Llamamiento basta para demostrar que encerraba todos los recursos intelectuales necesarios para pensar y encajar la ofensiva lanzada a beneficio de la «pandemia» de Covid; aquellos «appelistas» que han aprovechado esta ocasión para adherirse al partido imperial no tienen más excusa que la de su arribismo. La causa de la revolución no servirá, una vez más, para hacerse un lugar en el mundo tal cual es, ya sea como subperiodista, pseudofilósofo o micropolítico. Desde que gobernar se reduce a poco más que a comunicar, parece que militantes y activistas se hayan resignado ya a no actuar políticamente más que para comunicar en redes –como si una revuelta, un sabotaje o una toma de palabra valiesen menos por su pertinencia y veracidad, por lo que atacan y por el coraje que hay en ellos, que por su explotación espectacular y, de ahora en adelante, su viralidad en las redes sociales–. En contraposición a esta manía publicitaria, las generaciones nacidas de los enfrentamientos de los últimos años encontrarán en el Llamamiento algunos puntos de apoyo para la política esencialmente conspirativa y la temporalidad larga a la que todo apela actualmente. Sin duda, plantearán objeciones saludables, constatarán flagrantes carencias y confrontarán su experiencia con aquella de la que el Llamamiento es testimonio. Los movimientos revolucionarios solo sobreviven luchando palmo a palmo contra la ideologización de sus propios contenidos. Nunca hay que temer llevar razón contra el propio partido, aunque sean unos pocos. Si hubiéramos escuchado, en aquella época, a los partidarios de la conciliación, nada habría ocurrido. Eso es lo que nos ha enseñado el Llamamiento. Es también lo que Alexander Blok escribía a Mayakovski: «Seguiremos siendo todos esclavos mientras no advenga el tercer término, algo diferente de la construcción y de la destrucción».

Julien Coupat

 

 

 

[1] Literalmente «autoedición» en ruso, el término hace referencia a la copia y distribución clandestina de literatura prohibida por la censura del régimen soviético.

[2] El título original del Llamamiento en francés es Appel, de ahí el sobrenombre de «appelistas» que conservamos sin traducir al castellano.

[3] Término hebreo que designa un método de exégesis de los textos bíblicos dirigida al estudio de la Torá.

[4] Conocido museo parisino.