A continuación podrás leer aquí una primera traducción del epílogo de Pequeño tratado de cosmoanarquismo, escrito por Josep Rafanell i Orra.
EPÍLOGO
Pero, ¿de dónde sale esa vocecita que ha dicho ¡ay! ? ¡Si no hay un alma! ¿Será que este leño habrá aprendido a llorar y a lamentarse como un niño? ¡No me lo puedo creer! Pero si este leño no es más que un trozo de madera para la chimenea como todos los demás: perfecto para echar al fuego y cocinar luego un buen guiso. Entonces, ¿se habrá escondido alguien por aquí dentro? Si se ha escondido alguien, peor para él. ¡Esto lo arreglo yo ahora mismo!
Pinocho, Collodi
«Cuando salgo, por la mañana, voy al encuentro del sol, y por la noche, cuando salgo, lo sigo, casi hasta la mansión de los muertos. No sé por qué he contado esta historia. Igual podía haber contado otra. Por mi vida, veréis cómo se parecen». Así decía Beckett, el inconsolable, el desposeído, el expulsado, el agotado [1]. («Únicamente el exhausto es lo bastante desinteresado, lo bastante escrupuloso»: Deleuze).
Unicamente puedo, para concluir aquí, amontonar las palabras de mis antepasados y honrarlas. ¿Qué sentido tiene crear nuevas frases?